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Respuesta:Comenzamos afirmando que esas personas vivieron de una manera muy semejante a la forma en que lo hicieron las del siglo XIX y, en buena parte, a como estamos viviendo nosotros mismos. Por paradoja, el llamado mundo clásico está mucho más cerca de nosotros, de nuestras creencias y de nuestras dudas, de nuestros gustos, trabajos y ocios, que el mundo medieval, del que nos separan quinientos años.
La sociedad de hace dos mil años en el Imperio Romano es activa, metódica, inquieta, bastante descreída y abierta a todo cambio, amante de las novedades y las modas. Cuida la salud y la limpieza de su cuerpo con esmero, está perfectamente legislada y controlada desde lo político a lo tributario, inclinada a los viajes turísticos a lugares antiguos, a tener en casa colecciones diversas y a las ruidosas diversiones que, a través de las brillantes noches, llegan hasta el amanecer.
En Roma y las grandes ciudades existen jardines botánicos, zoológicos, museos, exposiciones de pintura y escultura, juegos florales, literarios y musicales… y, hoy sabemos, colecciones de piezas de animales prehistóricos, como la famosa del Emperador Augusto.
Todo está debidamente inventariado, desde el número de piedras utilizadas en un acueducto hasta los elementos de la mochila del soldado. Las amas de casa llevan o hacen llevar una estricta contabilidad. La prodigalidad del romano es más aparente que real y todos los servicios son pagados, hasta los de los mismos esclavos que, ahorrando –ya que tienen casa y comida gratis–, pueden comprar su libertad.
Taxímetros marcan las distancias de los carros de alquiler, registrando el número de vueltas de sus ruedas, y también los hay, si bien menos exactos, para barcos, como el conocido servicio fluvial del Nilo en el área de Alejandría. Por si los usuarios fuesen extranjeros o no supiesen leer, pequeñas bolitas de colores les indican el precio a pagar… y la propina que se espera de ellos. Parecidas bolitas coloreadas y asimismo incisas con una letra son las que marcan las entradas de los teatros, anfiteatros y circos, así como el sector que corresponde a cada uno y el asiento a ocupar. Tallas en las piedras de los umbrales, semejando una pisada humana, señalan el sentido de la marcha, pudiendo por una sola puerta salir y entrar gente al mismo tiempo y conservando cada cual la derecha. Igual sentido tiene el tráfico general de vehículos en carretera, y en lugares que entrañaban peligro de deslizamiento se cavaban huellones profundos que, dado el ancho entre ruedas regulado en todo el Imperio, actuaban como “vías” de encastre a la manera de las actuales muescas de las de los trenes.
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