4.- Consideren la figura dada en problema 1, con la diferencia de que el lado de 7 cm, ahora mide
10 cm en la reproducción, ¿cuánto deben medir los demás lados?
Medidas de los lados de la reproducción
Medidas de los lados de la figura original
4 cm
7 cm
10 cm
11 cm
14 mts
10 cm

Respuestas

Respuesta dada por: blancarenoga
3

Respuesta:«No os haré la clasificación de Sterne; pero para un hombre de arte, en todo viaje, hay algo de "sentimental".» Estas palabras que pertenecen al primer capítulo, «En el mar», de España contemporánea1 son muy definitorias de lo que para Darío significaron los continuos desplazamientos que hubo en su vida. A ninguno de sus lectores se le oculta, sin embargo, que este principio fundamental fue acompañado de inquietudes que frecuentemente alteraron la pureza del esquema «sentimental» en el que encajaban bien las comunes motivaciones modernistas: ansia de penetrar en el mundo, anhelo de ir siempre más lejos en busca de lo diferente.

Indudablemente a Darío, para poder ser un viajero «sentimental» sin fisuras le faltó la estabilidad de un punto de referencia básico como lugar de retorno. Amó mucho a su patria, pero supo que su destino no estaba en ella. No fue, no pudo ser, como Neruda, un «viajero inmóvil»2 anclado en un perdido paraíso. En la última etapa de su vida, desairado por Estrada Cabrera en Guatemala, calificó con palabras duras («bajalatos africanos»)3 a los países de Centroamérica. En cuanto al París que tanto le dio y tanto lo deslumbró, llegó a definirlo como «enemigo / terrible, centro de la neurosis, ombligo / de la locura, foco de todo surmenage» en la «Epístola a la señora de Leopoldo Lugoneso4. Nunca llegó a ser un auténtico «boulevardier» como su amigo Gómez Carrillo, quien, hasta para hablar de «La amargura del regreso»5 a la Ciudad-luz lo hacía como un parisino. Hay que decirlo, el poeta que en la misma misiva declara encerrar dentro de él a «un griego antiguo» (p. 752), el epicúreo incapaz de ahorrar «ni en seda, ni en champaña ni en flores» (p. 749), el que quiso escapar del tiempo en que le tocó nacer refugiándose en el imperio del arte, «este vate que trató de hacer de la poesía el último bastión de una concepción "sublime" y armoniosa que irremediablemente sucumbía en el vértice de un mundo cada vez más desacralizado»6, llevaba también dentro de él, muy a su pesar, a un hombre con escasos asideros en lo cotidiano. Cierto que, aunque a veces los echó de menos, conoció con holgura y complacencia los honores; incluso en ocasiones diríamos que tuvo que soportar resignadamente, como su don Quijote, «elogios, memorias, discursos» (Cantos de vida y esperanza -CVE-, PC; II, p. 685.), pero estos reconocimientos morales no le proporcionaron nunca una situación material verdaderamente estable. Los mortificantes «cuidados pequeños» (CVE, p. 656) que le asediaron le impidieron llegar a poseer un territorio físico propio, un lugar sólido para el retorno. De todo esto surge lo que acertadamente llamó Pedro Salinas el «nomadismo»7 de Rubén.

Explicación paso a paso:

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