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Respuesta:
Moisés llevaba cuarenta años viviendo en el desierto. La vida de lujo y privilegios disfrutada en Egipto había quedado en el olvido. Ahora no era más que un simple pastor nómade, sin ambiciones ni sueños. No obstante, el Señor lo había seleccionado para que cumpliera una delicada tarea: volver a Egipto para que pidiera al hombre más poderoso de la tierra, el faraón, que dejara volver al pueblo de Israel a su tierra de origen. Para comunicarle este mensaje el Señor se le apareció en una zarza que ardía sin consumirse.
Introducción
Vivimos en el mundo de las excusas. Una excusa por lo general esconde una verdad que no queremos afrontar. De las cinco palabras que utiliza el Nuevo Testamento para referirse al pecado, la que más me llama la atención es «hamartía». Significa: fallar en ser lo que nos habría sido posible y teníamos la capacidad de ser. En la Biblia y la historia de la Iglesia encontramos decenas de ejemplos del llamado de Dios. Del mismo modo abundan las excusas que los llamados presentaron para negarse al pedido del Señor. En este sentido, Moisés no representa una excepción a lo que, por regla general, ha sido la respuesta más típica del ser humano.
1. Un llamado radical (Éxodo 2.2–9)
El llamado de Dios puede relacionarse con algunos de nuestros hechos del pasado y que, quizás, revela que él ha inquietado nuestro corazón desde hace tiempo. Moisés había intentado, con herramientas humanas, hacer justicia por un solo judío. Ahora, el Señor lo llamaba a liberar a todo un pueblo. Para lograrlo deberá renunciar a la vida cómoda y predecible que lleva en el desierto, y a su entendimiento de lo que le falta para emprender semejante tarea; para esto, deberá sumarse a la forma que tiene el Señor de llevar a cabo sus obras. Esta renuncia es esencial para responder al llamado, pues el Señor dirige solamente a aquellos que han dejado todo atrás.
2. La excusa de la insignificancia (Éxodo 3.11)
«Pero Moisés le dijo a Dios:
—¿Y quién soy yo para presentarme ante el faraón y sacar de Egipto a los israelitas?»
La respuesta instintiva del que recibe el llamado es a mirar lo que él es, para ver si está a la altura de la tarea que se le demanda. En la mayoría de los casos de la Biblia las debilidades y los fracasos de la persona relucían de tal manera que se veían como poco aptos para la misión. Aunque Moisés había pasado cuarenta años en el desierto, aún carecía de claridad sobre su identidad en Dios. En Egipto había creído que poseía sobradas aptitudes para liberar a sus hermanos. Ahora, había perdido la confianza, en parte porque había convertido el desierto, el medio para su transformación, en el fin de su existencia. Ya no le apetecía una vida de desafíos y sobresaltos.
El apóstol Pablo afirma, en 1 Corintios, que el Señor escoge lo vil y despreciado del mundo para glorificar su nombre. Es por esto que los Doce con frecuencia despertaban el desprecio de los líderes religiosos de su época, porque eran hombres sin letras ni formación.
La respuesta de Dios (Ex 3.12) revela que no es la aptitud del enviado lo que importa, sino la compañía del que envía.
3. La excusa de la incredulidad (Éxodo 3.13)
«—Supongamos que me presento ante los israelitas y les digo: “El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes.” ¿Qué les respondo si me preguntan: “¿Y cómo se llama?”»
En la primera excusa duda de su propia identidad. Ahora, duda de la de Dios; y no me extrañaría que tal carencia de claridad proviniera de su falta de comunión íntima con el Señor. Quien ha conocido a Dios en la intimidad de la comunión —porque Dios es todo para esa persona— no duda del poder y la majestad del Señor cuando él lo llama. No obstante, Moisés entendía que esta falta de conocimiento constituía un verdadero obstáculo para su misión, porque nadie puede representar a una persona que no conoce.
La respuesta de Dios está contenida en Éxodo 3.14–18. El Señor no solo revela que existe una dimensión eterna y que esta impone un límite al alcance de nuestro conocimiento de él, sino que también muestra que lo irá conociendo en la medida que caminen juntos. Le anticipa que la victoria que le concederá aunque exija trabajo, porque el faraón no querrá soltar al pueblo. La victoria, sin embargo, ya se la ha concedido. Los procesos por los que alcanzará esa victoria son apenas un detalle de la historia.
Explicación:
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