Respuestas
Respuesta:
El caballero Carmelo, un cuento modernista
Explicación:
“El caballero Carmelo” es un cuento del escritor peruano Abraham Valdelomar (Ica, 27 de abril de 1888-Ayacucho, 3 de noviembre de 1919), considerado por la crítica como el mejor de toda su creación ficticia y uno de los cuentos más perfectos de la literatura peruana. Fue publicado el 13 de noviembre de 1913 en el diario La Nación de Lima. Encabezaba la selección de cuentos denominados «criollos», que están ambientados en la niñez del autor, la cual transcurre en la ciudad Pisco, en la costa peruana, a mitad del desierto.
Tiene dos peculiaridades: el autor pertenece al movimiento modernista, quien deriva hacia el postmodernismo, principalmente en su poesía. De acuerdo al canon, la estructura y el fondo van en busca de una ruptura o un alejamiento de los temas fantásticos y exóticos del modernismo. Como afirma Mario Vargas Llosa en un ensayo sobre el criollismo en su país, los postmodernistas representan una corriente literaria que se decide por un retorno inmediato a la realidad. “Buscaron la forma de recuperar la emoción en la trama. Apuntan a historias humildes y simples de la vida cotidiana. Cultivan un estilo confidencial e intimista”.
aguafuerte de Rubén Darío
De una casa cercana salía un ruido metálico y acompasado. En un recinto estrecho, entre paredes llenas de hollín, negras, muy negras, trabajaban unos hombres en la forja. Uno movía el fuelle que resoplaba, haciendo crepitar el carbón, lanzando torbellinos de chispas y llamas como lenguas pálidas, áureas, azulejas, resplandecientes. Al brillo del fuego en que se enrojecían largas barras de hierro, se miraban los rostros de los obreros con un reflejo trémulo. Tres yunques ensamblados en toscas armazones resistían el batir de los machos que aplastaban el metal candente, haciendo saltar una lluvia enrojecida. Los forjadores vestían camisas de lana de cuellos abiertos y largos delantales de cuero. Acanzábaseles a ver el pescuezo gordo y el principio del pecho velludo, y salían de las mangas holgadas los brazos gigantescos, donde, como en los de Anteo, parecían los músculos redondas piedras de las que deslavan y pulen los torrentes. En aquella negrura de caverna, al resplandor de las llamaradas, tenían tallas de cíclopes. A un lado, una ventanilla dejaba pasar apenas un haz de rayos de sol. A la entrada de la forja, como en un marco oscuro, una muchacha blanca comía uvas. Y sobre aquel fondo de hollín y de carbón, sus hombros delicados y tersos que estaban desnudos hacían resaltar su bello color de lis, con un casi imperceptible tono dorado.