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José Hernández publicó siempre en forma separada El gaucho Martín Fierro (1872)1 y La vuelta de Martín Fierro (1879)2. La asignación del título Martín Fierro al conjunto fue, sobre todo, obra de la tradición oral y de la recepción crítica. Decir «el Martín Fierro», entonces, se relaciona ya con el proceso de creación de un mito de identidad nacional.
La tradición habla también de una Ida y de una Vuelta, estableciendo entre dos direcciones opuestas el fuerte vínculo del camino. Es cierto que desde el punto de vista de la producción hay un esquema general unificador, puesto que la trayectoria de un liberal progresista -durante largo tiempo opositor a la política nacional, pero siempre dentro de sus ideas rectoras- atraviesa todo el proceso escritural, y la doble relación entre un animal político-escritor con su circunstancia y con sus lectores es el hilo vinculante; pero en ese mismo terreno se advierte que el espacio de relaciones conoce impulsos estructurales cambiantes, zigzagueos, marchas y contramarchas. En siete años ha ido cambiando la situación histórica en la que se ha impuesto un imaginario gauchesco, cambia el hombre (como político y como escritor), cambia su concepción del político en la escena nacional y su concepción del escritor dentro del campo cultural y se reformulan, en consecuencia, el aparato enunciativo y el contenido del mensaje.
Apropiación de la voz de otro
La literatura gauchesca es un híbrido. Es una literatura de alianza de clases que desde adentro de la denominación misma toma distancia del objeto de su elaboración poética: por eso es «gauchesca» y no «gaucha». Por otra parte, en su dinámica se advierten movimientos de aproximación y de distanciamiento con respecto a su anclaje referencial y al lenguaje gaucho con el que se lo asocia.
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