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El anciano le dedicó una sonrisa e hizo un gesto con la mano derecha para que se sentase a su lado.
– Si quieres descansar tú también, compartiremos la esterilla y nos haremos compañía.
El chico aceptó la invitación y los dos se pusieron a charlar. Después de una hora de animada conversación, el joven, de forma inesperada, le confesó una pena que llevaba muy dentro del corazón.
– Estamos aquí, riendo y pasando un rato agradable… Seguro que usted piensa que soy un hombre feliz, pero las apariencias engañan: mi vida es un desastre y me siento muy desdichado.
El anciano le miró fijamente.
Explicación:
suerte...
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