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bro no sé sòlo quiero puntos
Respuesta:A pesar de la presión causada por la guerra de independencia, fue evidente el interés del gobierno de reconquista por reanudar las fiestas en honor a la monarquía. Se abrigaba la esperanza de que estos eventos coadyuvaran a recomponer el vapuleado poder real después del primer ensayo republicano. En este contexto de tensión, algunos cuantos asistían bajo el poder del amedrentamiento y la mirada escrutadora de los españoles. No eran, entonces, manifestaciones populares meramente espontáneas.
En términos generales, los avatares del conflicto militar y las angustias económicas hacían prácticamente imposible el despliegue y la parafernalia experimentada décadas atrás. No se contaba con tanto tiempo ni con tantos recursos para los preparativos. Así lo dan a entender las parcas descripciones de estos agónicos años de dominio ibérico. Asimismo, estas pomposas celebraciones podían resultar anticuadas para la creciente sociedad republicana que fundaba cada vez más su soberanía en el poder popular y ya no tanto en la figura monárquica. El abanderamiento de principios como la libertad y la igualdad, tan en boga por esos años, reñían con una anquilosada estructura de poder absolutista, afincado en una estricta jerarquía y en unos derechos coartados.
El incremento de los ejércitos a raíz del temor despertado por la revuelta de los comuneros había favorecido un mayor involucramiento de este estamento en las ceremonias. Al estallar la guerra de emancipación nacional, los desfiles militares se convirtieron en un elemento cardinal dentro de los actos, confiriéndoles un toque adicional de lucimiento, elegancia y marcialidad. Pero en el fondo, se pretendía un claro propósito político e intimidatorio, cual era el de exhibir la fuerza del poder colonialista1. Detalles como las salvas de artillería y las escoltas militares fueron más frecuentes en estos años, todo con el fin de apuntalar el poderío desafiante de las armas.
Se mantuvo la parte solemne de misas y actos públicos, pero se destinó menos tiempo y esfuerzo a las diversiones del que se solía dedicar en épocas de paz durante los años anteriores a 1810. Esto implicó cierta restricción en la duración de las funciones nocturnas y siempre se hizo un llamado a la cordura, actitud que obedecía a claros motivos de seguridad, pues era esencial preservar el orden y la tranquilidad en una atmósfera altamente caldeada. En cuanto al protocolo y a la etiqueta, siguió siendo evidente el énfasis en las jerarquías sociales, herencia de una sociedad fuertemente segmentada por la coloratura de piel y los títulos de nobleza.