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Introducción
En las comunidades indígenas campesinas sobreviven amplios rasgos de la sabiduría milenaria prehispánica originada desde la observación del medio-ambiente y del territorio (Broda, 2009). Así, el tlahmaquetl (sabio, rezandero) para los nahuas de la Montaña es el especialista ritual, el intermediario entre los dioses1 y los hombres que posee la extraordinaria habilidad de “hablar” con “entidades”, santos tutelares, “potencias” de la naturaleza (“aires”, vientos, nubes) que pertenecen a un mundo sobrenatural e inmaterial2. Conocer los ciclos naturales, la agricultura, la geografía y de consecuencia la meteorología resulta determinante para vivir de la tierra y en el medioambiente. Las prácticas locales de subsistencia han permitido la conservación de esta tradición mesoamericana, de los especialistas rituales indígenas que controlan el “tiempo” (Bonfil Batalla, 1968), es decir tienen las facultades de influir sobre la naturaleza y los eventos meteorológicos (Glockner, 1997, Glockner, 2001, Mendoza, 1997). La función de estos especialistas en las comunidades de la Montaña, también llamados “sacerdotes”3 o “graniceros” según la tradición etnológica de los “ritualistas del rayo en México” (Lorente Fernández, 2009), es de celebrar los rituales más importantes del ciclo agrícola, como la petición de lluvia en honor a San Marcos –santo relacionado con el agua– alrededor del 25 de abril y el agradecimiento a la lluvia en septiembre, durante la fiesta de San Miguel y otros santos (San Nicolás, San Mateo)4. Los tlahmaquetl nahuas deben ser elegidos por predestinación (que se puede manifestar con un sueño, una aparición, el golpe de un rayo o revelarse en una habilidad) y son los únicos conocedores de un patrimonio cultural indígena trasmitido en su mayoría por vía oral5. Su principal tarea es pedir la lluvia necesaria para una buena cosecha y al mismo tiempo alejar el granizo, o sea los “malos aires”6 (Gómez Martínez, 2014, p.12), y también los eventos nefastos consecuencia del enojo de los dioses.