Tras sus independencias, las naciones latinoamericanas debieron pasar por un complejo proceso de estructuración, en el cual se pueden distinguir varios momentos. Primero, se pensó aplicar los modelos políticos provenientes de Norteamérica y Europa, pero las profundas contradicciones entre estos modelos y la realidad de los pueblos latinoamericanos lo hizo imposible. Los conflictos internos y externos hicieron muchas veces pensar que algunos Estados no sobrevivirían. Divisiones internas y la emergencia del caudillismo Los países latinoamericanos, al inicio de la vida republicana, estuvieron marcados por la lucha de grupos de poder que pugnaban por alcanzar el control del Estado. Uno de los más cruentos debates en esos años fue el que se dio entre federalistas y centralistas, que en algunos casos terminó por desatar conflictos armados. Se hizo evidente así la debilidad del Estado nacional y de la ley ante al poder de las armas y de los intereses regionales. Esta situación llevó a que apareciera una forma de gobierno propia de América Latina y del siglo XIX, el caudillismo, que se caracteriza por la presencia de líderes fuertes, miembros de la élite social y vinculada con la tenencia de tierra o a una actividad económica concreta. Al llegar al poder, generalmente imponen sus intereses, muchas veces dejando de lado a los de otras regiones del país. La base del poder político del caudillismo está en el clientelismo, es decir, en la lealtad de personas a las que se favorece de distintas maneras y que quedan vinculadas por lazos de lealtad al caudillo. Sin duda, este sistema no favorece la construcción de un Estado democrático, pero fueron los caudillos, al alcanzar el poder central, los que mantuvieron a las endebles repúblicas latinoamericanas como unidades políticas y, por lo tanto, con posibilidades de constituirse en Estados-nación.
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