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Ricardo Gullón, por ejemplo, que ha pasado por ser en España uno de los mejores conocedores del modernismo y de la poesía de Rubén, ha visto en «Sonatina» un poema intrascendente, cuyo valor radica única y exclusivamente en su belleza rítmica y formal. Por ello afirma Gullón tajantemente que en, rigor, «la "Sonatina" es poema sin asunto; el asunto no es nada» (328). Y más adelante el propio Gullón habla de la«pobreza intelectual de la "Sonatina"» (332) y considera que esta carencia de sentido final del poema está compensada por su música. Por si fuera poco, Gullón se atreve incluso a afirmar que «Darío no cree en lo que escribe cuando escribe "Sonatina". Se divierte y se complace escribiéndola, como uno puede complacerse en la gracia de un trabajo delicado e intrascendente» (332). Aunque encomiables los estudios de Gullón sobre la época modernista, aquí, sin embargo, su afirmación confunde más que acierta, porque tan exagerado es negar el significado profundo de la «Sonatina», como no tener en cuenta su musicalidad y su acierto formal. La «Sonatina», en definitiva, vuela mucho más alto de lo que la crítica ha venido señalando, es mucho más incluso que un simple manifiesto modernista, como Pat O'Brien ha calificado a la «Sonatina», y se convierte en verdadera expresión del alma en el modernismo.
Afortunadamente, contamos hoy ya con varios estudios que han intentado poner la «Sonatina» en su lugar adecuado. Pueden verse los artículos de Miguel Enguídanos, Nigel Glendinning, Helmuth Hatzfeld y, sobre todo, el de María A. Salgado.
Según las palabras de Rubén, el tema de «Sonatina» es la espera del amor por parte de la mujer, la alegoría de las ansias amorosas de las jóvenes. Él mismo nos dice, en la Historia de mis libros, y refiriéndose al poema en cuestión: «contiene el sueño cordial de toda adolescente, de toda mujer que aguarda el instante amoroso. Es el deseo íntimo, la melancolía ansiosa, y es, por fin, la esperanza» (143).
Es curioso observar que el marco que gira en torno a la princesa, protagonista del poema, no es estrictamente ni medieval ni exótico-orientalista, ni de la Edad de Oro ni dieciochesco. Es todo y nada a la vez, porque Rubén ilumina su poema con la vela de la intemporalidad y, sin agotar la cera, lo mantiene vivo en el ámbito de lo universal y lo trascendente. Esa agradable imprecisión espacial y temporal en que se desarrolla la vida de «Sonatina» y esa imagen de la princesa de la boca de fresa va mucho más allá de la inocente anécdota que, en principio, imaginamos. La princesa es, en último término, el símbolo del alma de Rubén, angustiada y sin libertad, anhelante de una redención por el amor. Es, en definitiva, un alma que busca lo bello, lo verdadero y el misterio de lo trascendente. Esta princesa angustiada es el alma de Rubén, angustiado también por la muerte el 26 de enero de 1893 de su esposa Rafaela Contreras, por la trampa tendida al poeta por Rosario Murillo dos meses después para casarlo con ella el 8 de marzo de 1893 bajo los efectos del alcohol, y finalmente, por la muerte el 3 de mayo de 1895 de su madre Rosa Sarmiento, justo un mes antes de que se publicara la «Sonatina» en La Nación.
En estas circunstancias debió escribir Darío la «Sonatina», agobiado por la tragedia vital y sentimental. Junto a estas razones biográficas aducidas, la identificación espiritual del poeta con la angustia de la princesa se verifica en una lectura detenida del poema, así como de algunos otros ejemplos del conjunto de la producción rubendariana. Ciertamente, no son pocas las citas y referencias que aquí se pueden traer a colación para apoyar esta lectura de «Sonatina», pero basten sólo unos ejemplos para demostrarlo.
En la misma «Sonatina» encontramos, claramente expresada, la identificación de la princesa con la mariposa:
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa
(556, 19-20)
Y poco después: «¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!» (557, 37). Si la princesa simboliza el alma, también la mariposa es dentro de la tradición occidental símbolo de lo anímico del poeta.