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Como la analogía y la metáfora son instrumentos gracias a los cuales nos expresamos, comunicamos nuestro pensamiento y procuramos ejercer una acción sobre otros, es normal que, para cumplir esas funciones de modo eficaz, convenga adaptarlas cada vez al objetivo perseguido. Un estudio retórico de la analogía y de la metáfora no puede limitarse a examinarlas en un contexto particular y en una perspectiva específica, pues se corre el riesgo de considerar como propio de su naturaleza general lo que se debe apenas a la especificidad del uso y del contexto.
2Si Gonseth tenía razón al escribir que “para conferir una significación más precisa a palabras cuyo sentido continúa abierto, se las puede introducir en situaciones y actividades a cuyas exigencias ellas sólo podrán atender determinándose con más exactitud” (Gonseth 1963, 123-124), el estudio retórico de nociones tales como analogía y metáfora necesita analizarlas en áreas múltiples, sin limitarse a examinar lo que llegan a significar en un área específica, aunque ésta sea tan importante como lo es el área científica. Filosóficamente sería tan ridículo limitar la analogía al papel que puede desempeñar en el cálculo analógico como querer derivar el sentido de la palabra “real” únicamente de su uso en la expresión “los números reales”. Tal vez Black tenía razón cuando decía que “toda ciencia debe partir de una metáfora y terminar en un álgebra” (Black 1962, 242), pero ningún poeta admitiría que el único uso válido de las metáforas fuera aquel que redundara en una formalización. Lo que es eficaz en un área, es completamente inútil en otra. Puesto que me intereso esencialmente en el papel de las analogías y de las metáforas en filosofía, me parece útil proceder al examen de ellas a través de los usos antitéticos que se les han dado en ciencia y poesía.
3Me gustaría, entonces, hacer notar previamente que, siendo yo mismo contrario a la generalización indebida de una concepción de la analogía específica de un área, creo que tampoco podemos limitarnos a generalidades de una vaguedad inaceptable: así como una teoría de lo real no debe examinar todo lo que, en el uso común, calificamos de real –por ejemplo, cuando este término se toma como sinónimo de importante–, así también debemos descartar de nuestro examen todos los casos en los que la analogía es sinónimo de una similitud bastante frágil entre los términos que comparamos. Queremos poner de presente que, para nosotros, no hay analogía sino cuando se afirma una similitud de relaciones, y no simplemente una similitud entre términos. Si afirmamos que A es B (ese tipo es un zorro) no se tratará, para nosotros, de una analogía, sino de una metáfora, que es una analogía condensada y de la cual trataremos más adelante. Para nosotros, el esquema típico de la analogía es la afirmación de que A es a B como C es a D. A y C, B y D pueden ser tan diferentes unos de otros cuanto sea posible; tanto mejor, incluso, que sean heterogéneos, para que la analogía no se reduzca a una mera proporción.
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