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En la Ortografía de 1754 se estableció un criterio para saber cuándo hay que utilizar una u otra letra. Este criterio consistía, principalmente, en atender al origen de esa palabra. Esto permite que haya palabras que solo se diferencien gráficamente y no fonéticamente (es decir, lo que se conoce como homófonos). Es lo que ocurre con los pares de palabras acerbo (‘áspero al gusto’, del latín acerbus) y acervo (‘conjunto de bienes pertenecientes a una colectividad’, del latín acervus), o vaca (‘hembra del toro’, del latín vacca) y baca (‘portaequipajes’, del francés bâche).
El criterio etimológico es importante porque, además, hay muchos términos que escribimos con -b porque en latín tenían una –p– intervocálica que sonorizó y dio origen a una b. Algunos ejemplos son las palabras lobo (de lupus), cebolla (de cepulla) o cabo (de caput). También las palabras que habitualmente escribimos con –bv deben su grafía a la forma original. Por ejemplo, obviar viene de obviare, subvención de subventio y subversión de subversio.
En los casos en los que hubiera dudas, prevalecería el uso de la b frente a la v. Por este motivo, escribimos abogado (de advocatum) o buitre (de vulturem). En nuestra lengua, además, encontramos otras formas antietimológicas, como ocurre en maravilla (del latín marabilia), móvil (del latín mobilis), avellana (del lat. abellana), boda (del lat. vota) o basura (del lat. versura). Esto se debe a que esas formas fueron las más usadas, de modo que se asentaron en la lengua y prevalecieron frente al criterio etimológico. Sobre estas formas antietimológicas hablamos en este artículo.
Ahora bien, para entender por qué se produce la confusión, debemos tener en cuenta que, para el mismo sonido /b/, en español contamos con tres letras: b, v y w. Por ejemplo, escribimos vaso —pronunciado [báso]— con v, bolero —pronunciado [boléro]— con b, y wagneriano, pronunciado [bagneriáno], con w.
Explicación:
hola