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En primer lugar hay que precisar que la crisis de hundimiento del régimen capitalista que atraviesa toda la economía mundial tiene un impacto particularmente agudo en España, país que pertenece a la zona euro y que forma parte de la Unión Europea desde 1986. La instauración del euro en 2001 aceleró todos los procesos de destrucción de la industria metalúrgica y minera tradicional así como de la agricultura alimentaria, dejando más espacio a la especulación inmobiliaria que se transformó en motor de arrastre de la actividad económica.
La crisis abierta en agosto de 2007 golpeó de lleno a España y ha provocado una situación en la que hoy en día el 22% de la población activa está en paro; entre los trabajadores con contrato un 30 % son precarios; el 46% de los jóvenes de 16 a 25 años están sin empleo. Y esto afecta fundamentalmente a la juventud titulada.
El régimen de la monarquía, producto de la reforma del aparato franquista tras la muerte del dictador Francisco Franco en noviembre de 1975, agravó el carácter extremadamente parasitario del Estado con la constitución de un aparato para-estatal en diecisiete regiones que controla la mitad del presupuesto, especialmente las competencias exclusivas de sanidad y educación.
El hundimiento económico y la agravación de la crisis política se nutren la una de la otra. En una situación particular en la que el gobierno, desde 2004, estaba en manos de los responsables del partido tradicional de la clase obrera, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), cuyo dirigente, Zapatero, había sido recibido cuando ganó las elecciones el 14 de marzo de 2004 al grito de: “No nos falles”
El 10 de mayo de 2010, a las órdenes de la Unión europea y de Obama, Zapatero presentó en las Cortes (Parlamento) un brutal plan de ajuste que ha supuesto, entre otras cosas, la bajada de salarios de los funcionarios, preparando toda una serie de contrarreformas, especialmente la de las pensiones.
Al día siguiente de la presentación de este plan, el secretario de la Unión General de Trabajadores (UGT) Cándido Méndez declaró que esa decisión provocaría una fisura política entre el PSOE y los trabajadores y que el movimiento sindical no se iba a quedar parado.
Las federaciones de administración pública convocaron una huelga el 8 de junio, huelga que que no fue, en la práctica, apoyada por las confederaciones. Los trabajadores del Metro de Madrid fueron a la huelga espontáneamente el 29 y 30 de junio. Los dirigentes federales han firmado un acuerdo sin siquiera consultar a los trabajadores afectados.
UGT y CCOO (Comisiones Obreras) lanzaron un llamamiento conjunto a un día de huelga general para el 29 de septiembre de 2010 contra la reforma del Estatuto de los Trabajadores que se derivaba del plan de ajuste
Decenas de miles de jóvenes participaron de forma entusiasta en la preparación de esa huelga, a pesar de que muchos de ellos no estaban sindicados.
Los secretarios generales de las confederaciones rehusaron dar continuidad a la huelga del 29 de septiembre y negociaron con el gobierno la reforma de las pensiones, aceptando lo esencial de la contrarreforma propuesta, lo que provocó una división entre la clase obrera y la juventud. Es preciso señalar que ese verdadero pacto social (ASE) fue apoyado por la Confederación Europea de Sindicatos (CES) y, en la ceremonia de la firma, el 2 de febrero de 2011, contó con el apoyo y la presencia del presidente de la Confederación Alemana de Sindicatos (DGB), Michael Sommer.
Anteriormente, a primeros de diciembre de 2010, los secretarios generales de UGT y CCOO habían condenado la huelga espontánea de los controladores aéreos, huelga en respuesta a la decisión unilateral del gobierno de no respetar el convenio colectivo. Los dirigentes confederales apoyaron al gobierno en su decisión de declarar el estado de alerta con militarización de los aeropuertos.
Todas estas circunstancias explican que la inmensa mayoría de la clase obrera rechazara casi por unanimidad la firma del pacto social (según los sondeos el 70 % de la población) y también que la juventud obrera abandonase masivamente los sindicatos. Según un informe interno de CCOO, en un año, la mitad de los jóvenes afiliados había dejado el sindicato.
En esta situación en la que la clase obrera estaba momentáneamente bloqueada por los aparatos sindicales, decepcionada por la política de Zapatero y la juventud abandonada sin porvenir, surgió el movimiento de los “indignados”.
En otras circunstancias, pero en un movimiento análogo desde el punto de vista del método, recordemos el movimiento de estudiantes de 1930, al final de la dictadura de Primo de Rivera, que jugó un importante papel.