• Asignatura: Castellano
  • Autor: Bylu77
  • hace 5 años

En el siguiente cuento identifique: Tema, argumento, personajes con características.

UN DÍA DE ÉSTOS

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen

madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza

montada aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos

que ordenó de mayor a menor, como en una exposición. Llevaba una camisa a rayas,

sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con

cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a

la situación, como la mirada de los sordos.

Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia el sillón de

resortes y se sentó a pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía, pero

trabajaba con obstinación, pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.

Después de la ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos

gallinazos pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió

trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada

de su hijo de once años lo sacó de su abstracción.

—Papá.

—Qué

—Dice el alcalde que si le sacas una muela.

—Dile que no estoy aquí.

Estaba puliendo un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó

con los ojos a medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo.

—Dice que sí estás porque te está oyendo.

El dentista siguió examinando el diente. Sólo cuando lo puso en la mesa con los

trabajos terminados, dijo:

—Mejor.

Volvió a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por

hacer, sacó un puente de varias piezas y empezó a pulir el oro.

—Papá.

—Qué.

Aún no había cambiado de expresión.

—Dice que si no le sacas la mela te pega un tiro.

Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear

en la fresa, la retiró del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí

estaba el revólver.

—Bueno —dijo—. Dile que venga a pegármelo.

Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el

borde de la gaveta. El alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla

izquierda, pero en la otra, hinchada y dolorida, tenía una barba de cinco días. El

dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de desesperación. Cerró la gaveta

con la punta de los dedos y dijo suavemente:

—Siéntese.

—Buenos días —dijo el alcalde.

—Buenos –dijo el dentista.

Mientras hervían los instrumentos, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la

silla y se sintió mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla

de madera, la fresa de pedal, y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una

ventana con un cancel de tela hasta la altura de un hombre. Cuando sintió que el

dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la boca.

Don Aurelio Escovar le movió la cabeza hacia la luz. Después de observar la

muela dañada, ajustó la mandíbula con una presión cautelosa de los dedos.

—Tiene que ser sin anestesia —dijo.

—¿Por qué?

—Porque tiene un absceso.

El alcalde lo miró en los ojos.

—Esta bien —dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la

mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas

pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del

zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el

alcalde no lo perdió de vista.

Era una cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el

gatillo caliente. El alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en

los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista

sólo movió la muñeca. Sin rencor, mas bien con una marga ternura, dijo:

—Aquí nos paga veinte muertos, teniente.

El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de

lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de

las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus

cinco noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se

desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El

dentista le dio un trapo limpio.

—Séquese las lágrimas —dijo.

El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos,

vio el cielorraso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos

muertos. El dentista regresó secándose. "Acuéstese —dijo— y haga buches de agua de

sal." El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió

a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.

—Me pasa la cuenta —dijo.

—¿A usted o al municipio?

El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica:

—Es la misma vaina.


Bylu77: ayúdenme plis lo necesito urgente :C

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Bylu77: ;-; si no va a responder algo bien mejor guárdese sus comentarios
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