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La independencia de Hispanoamérica fue un proceso ecléctico, en el cual intervinieron, grosso modo, tres elementos: los intereses lugareños, la mentalidad tradicional y el pensamiento de la Ilustración. En la antesala del suceso fue determinante el peso de los primeros, debido a su presencia inmediata y a su antiguo establecimiento en las colonias. Los caballeros que se presentaban como voceros de la insurgencia eran sus criaturas principales. En el caso de los factores provenientes de la modernidad, pese a la trascendencia que tuvieron, representaban un ascendiente foráneo que debía ponderarse con cuidado.
Los argumentos de la burguesía y las noticias sobre conmociones contra el antiguo régimen jugaron un rol evidente. Tanto los autores como los episodios más famosos de Europa fueron manejados hasta la saciedad en los cenáculos opuestos a la monarquía. Sin embargo, las proposiciones y conductas de la clase media también produjeron reticencias, o franca repulsión. Así, por ejemplo: los discursos contra la fe católica, las propuestas de igualdad entre los hombres, la beligerancia popular y la violencia de las guillotinas. La clase que pensaba divorciarse de España se ubicaba en el peldaño más alto de la sociedad oligárquica, y su proyecto estaba en correspondencia con esa posición de vieja data. En consecuencia, necesitaban la formulación de un plan apacible que no pusiera en peligro sus inmunidades, sus ricas posesiones. Un programa como el que suscribían los extremistas de París, o las turbulencias de la sedición liberal, solo atraían a los jóvenes del criollaje. Los dirigentes maduros mostraron cautela frente a un terreno tan resbaladizo.
Dentro de esta situación, que condujo a portentos de equilibrista con el objeto de permitir el predominio de los linajes criollos, debemos ubicar la presencia de Francisco de Miranda en la historia continental. Ante los ojos de sus contemporáneos hispanoamericanos, líderes de la revolución, el Precursor no fue un par bienvenido. Al contrario, fue un personaje susceptible de provocar recelos. ¿No era el heraldo de un universo amenazador, de ese mundo que había engullido añejos privilegios y a cada rato sorprendía con mudanzas que nadie en sus cabales había imaginado? Para un aristócrata de la postrimerías coloniales –como el marqués del Valle de México, el señor de Selva Alegre, el caballero de Montúfar, el conde de Tovar o el marqués del Toro- la Ilustración no era solo otro tema para animar las tertulias, o una moda que se reflejaba en las pelucas. Era enfrentarse a una cartilla fulminante que negaba los preceptos en los cuales se formaron, y una intención de subvertir la paz. Como protagonista de numerosos episodios del Siglo de las Luces, Miranda no solo podía contar con las sospechas de los hombres principales de su tiempo, sino también con sus anatemas. Si se agrega la humildad de su origen social, las preocupaciones aumentan.