”tenga para que se entretenga“. Mensiona los ambientes del cunto
Respuestas
Respuesta:
Oye esto es muy largo.
Explicación:
Tenga para que se entretenga
José Emilio Pacheco.
Estimado señor:
Le envío junto con estas líneas el informe confidencial que me solicitó.
Espero que lo encuentre de su entera satisfacción. Incluyo recibo timbrado
por $1,200.00 (un mil doscientos pesos moneda nacional) que le ruego se
sirva cubrir por cheque, giro o personalmente en estas oficinas.
Advertirá usted que el precio de mis servicios profesionales excede
ligeramente lo convenido. Ello se debe a que el informe salió bastante más
largo y detallado de lo que supuse en un principio. Tuve que hacerlo dos
veces para dejarlo claro, ante lo difícil y aún increíble del caso. Redactarlo,
dicho sea entre paréntesis, me permitió practicar mi hobby, que consiste
en escribir – sin ningún ánimo de publicación por supuestoEn espera de sus noticias, me es grato saludarle y ponerme a su disposición
como su affmo. y ss.
Ernesto Domínguez Puga
Detective Privado
Informe Confidencial
El 9 de agosto de 1943 la señora Olga Martínez de Andrade y su hijo de
seis años, Rafael Andrade Martínez, salieron de su casa (Tabasco 106,
colonia Roma). Iban a almorzar con doña Caridad Acevedo viuda de
Martínez en su domicilio (Gelati 36 bis, Tacubaya). Ese día descansaba el
chofer. El niño no quiso viajar en taxi: le pareció una aventura ir como los
pobres en tranvía y autobús. Se adelantaron a la cita y a la señora Olga se
le ocurrió pasear al niño por el cercano Bosque de Chapultepec.
Rafael se divirtió en los columpios y resbaladillas del Rancho de la
Hormiga, atrás de la residencia presidencial (Los Pinos). Más tarde fueron
por las calzadas hacia el lago y descansaron en la falda del cerro.
Llamó la atención de Olga un detalle que hoy mismo, tantos años después,
pasa inadvertido a los transeúntes: los árboles de ese lugar tienen formas
extrañas, se hallan como aplastados por un peso invisible. Esto no puede
atribuirse al terreno caprichoso ni a la antigüedad. El administrador del
Bosque informó que no son árboles vetustos como los ahuehuetes
prehispánicos de las cercanías: datan del siglo XIX. Cuando actuaba como
emperador de México, el archiduque Maximiliano ordenó sembrarlos en
vista de que la zona resultó muy dañada en 1847, a consecuencia de los
combates en Chapultepec y el asalto del Castillo por las tropas
norteamericanas.
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