Hay algunas preguntas que el ser humano se ha hecho repetidamente a lo largo de la historia, y que cada uno se puede plantear en algún momento de su vida. ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo y hacia dónde se dirige mi vida? ¿Por qué razón existo? Desde el frontispicio del templo de Apolo en Delfos ya se invitaba al ser humano a aplicarse a la tarea de conocerse a sí mismo, y el mismo Sócrates afirmó que una vida no examinada no era digna del hombre[1].
La aspiración al propio conocimiento es una constante en la historia de nuestra especie, y la interpretación que hacemos de nosotros mismos —en cuanto individuos singulares y en cuanto seres humanos— también forma parte de lo que somos. Así, puede afirmarse que todo ser humano es en cierto sentido un “antropólogo”, pues a cada uno le interesa el conocimiento de sí mismo y de sus semejantes, y posee una idea más o menos elaborada de lo que es “un ser humano”, y de lo que se ajusta o desdice de esta condición.
El conocimiento de sí mismo, según el texto, está relacionado con el concepto de:
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a.Alma
b.Dignidad
c.Felicidad
d.Política.
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