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A partir de la segunda mitad del siglo XIX, Cuenca empezó a ser considerada, como otras muchas ciudades castellanas de interior, como una ciudad demasiado eclesiástica y rígida, reaccionaria y monolítica. La intención de este artículo es intentar demostrar que eso no fue siempre así, y que en los años finales del siglo XVIII y en las primeras décadas de la centuria siguiente, incluso la propia Iglesia conquense se vio también imbuida tanto por la Ilustración como por el liberalismo. Sería a partir de mediados del XIX, con la instalación en el episcopado de varios prelados que tenían un cierto cariz más reaccionario, incluso carlista, cuando la imagen de la diócesis terminó por convertirse definitivamente en aquello que vieron Pío Baroja y otros escritores de su generación.