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Hace más de 50 años que la sonda estadounidense Mariner 4 llegó a la órbita de Marte en 1964, marcando así el inicio de la exploración robótica del planeta vecino. Medio centenar de misiones se han enviado desde entonces, y apenas la mitad han tenido éxito. Gracias a ese puñado de orbitadores, landers y rovers, sabemos que Marte es un pedregal helado con una atmósfera muy tenue; que hay agua en sus polos; y que es posible que haya albergado vida en el pasado (o lo siga haciendo bajo la superficie). Todo esto plantea nuevas preguntas a los científicos, que requieren traer a la Tierra muestras del suelo y el aire marcianos.
En esta compleja misión ya trabajan las principales agencias espaciales. En 2020, la NASA lanzará un rover para recoger y almacenar muestras. Un segundo rover las recogerá y un vehículo especial las lanzará a la órbita marciana, donde serán capturadas y devueltas a la Tierra por un tercer vehículo. Los detalles del plan están aún en diseño y los escenarios más optimistas hablan de una fecha de regreso posterior a 2030. Parece difícil, pero estas son las principales razones por las que valdría la pena intentarlo:
En la Tierra hay mejores instrumentos
Las muestras marcianas podrían analizarse aquí con la mejor tecnología posible y hacer experimentos hasta ahora vedados. Además, se podrían manipular las muestras y prepararlas para hacer análisis mucho más precisos, algo muy complicado para un robot
Los instrumentos científicos que se usan en las misiones espaciales robóticas deben miniaturizarse para reducir el peso de cara al lanzamiento y deben ser extremadamente resistentes para superar el viaje y las duras condiciones marcianas. Esto implica que los instrumentos disponibles en Marte son mucho menos sensibles que sus homólogos terrestres. Y hay muchísimos que no han podido enviarse por su tamaño, consumo energético u otras particularidades.
Poner las muestras en contexto
En realidad en la Tierra tenemos ya más de 100 meteoritos procedentes del planeta rojo. Se cree que estas rocas fueron arrancadas de Marte y puestas en órbita por impactos de grandes asteroides. Luego habrían viajado por el espacio durante un tiempo indeterminado hasta caer finalmente en nuestro planeta.
Estos meteoritos han revelado mucho acerca de la composición de Marte pero ya han sido estudiados hasta el límite. Los científicos no pueden aprender nada más de ellos, pues carecen de información para ponerlos en contexto: por ejemplo, no saben de qué parte del planeta proceden. Además, han sufrido alteraciones debido a la fuerza del impacto que los envió al espacio y muchos han sido contaminados por materiales terrestres. Por eso los científicos quieren muestras frescas que puedan ubicar en un contexto geológico marciano.
pesar de todos los beneficios científicos que aportaría traer muestras marcianas a la Tierra, un aspecto a tener en cuenta es el coste de la misión. Aún no hay cifras oficiales, pero teniendo en cuenta que la misión implicaría dos o tres lanzamientos desde la Tierra y uno desde la Marte, multiplicando los costes. Como referencia, la misión Mars 2020, que llevará el próximo rover a Marte, costará unos 2.500 millones de dólares, prácticamente lo mismo que su antecesor, Curiosity, lanzado en 2012.
Este dinero se podría dedicar a una variedad de misiones más pequeñas para estudiar Marte o para otros fines. Aún así, los defensores apuntan que esta misión sería tan revolucionaria como lo fue Programa Apolo para la ciencia lunar. Casi todo lo que sabemos hoy en día sobre el origen de la Luna deriva de las muestras obtenidas durante las misiones tripuladas a La Luna y los experimentos que se llevaron a cabo. Traer muestras de Marte a la Tierra podría suponer una revolución científica similar.