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Lo que parecía el comienzo de una escalada de consecuencias imprevisibles, la captura de 15 marineros británicos en el golfo Pérsico, el 23 de marzo, por las fuerzas navales de Irán, tuvo ayer un final feliz. El presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, no dudó en presentar el desenlace de la crisis como un regalo para una gran potencia que concita las iras populares desde que en 1953 apareció vinculada al golpe de Estado preparado por la CIA que dio al traste con el Gobierno reformista de Mosadeq. Estamos ante un incidente y una conclusión que deben interpretarse en estrecha relación con la enrevesada diplomacia en Oriente Próximo.
La captura de los 15 marineros británicos se produjo en vísperas de que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptara por unanimidad nuevas sanciones contra Irán, a fin de forzarle a renunciar al enriquecimiento del uranio que precisa para fabricar una bomba nuclear. La unidad de las potencias fue un primer motivo de reflexión para los dirigentes de Teherán, divididos entre los radicales y los pragmáticos aliados con el bazar. El líder de la revolución y máxima autoridad religiosa, el ayatoláAlí Jamenei, no aplaude las declaraciones de Ahmadineyad.
La visita de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a Siria, hasta ahora aliada coyuntural de Irán, debe haber sido escrutada con inquietud por los moderados que a la postre prevalecieron en la cúspide del poder islámico en Teherán.