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Homero
Las lecciones de La Iliada
La Iliada, más que un primer y alto ejemplo de la épica, sigue siendo un modelo para enfrentar el difícil tema de poetizar el combate. Y aunque a un espíritu pacifista pueda parecerle excesiva la alegría con que Homero pinta las batallas, un lector atento debe reconocer la intensidad de algunas de las escenas, el trazado claro que logran ciertos personajes y la extraña empatía que el poeta (y sus lectores) logra con Héctor, el enemigo troyano.
Por encima de los siglos, de un lenguaje que ya no es el nuestro, de las costuras del texto y de los múltiples problemas de interpretación, La Iliada sigue haciendo resonar su fragor de espadas en nuestra era de misiles y armas químicas. Los protagonistas se convirtieron en polvo, pero las palabras siguen presentes. A despecho del Quijote, la pluma puede ser más fuerte que la espada.
En La Iliada, además, se propone un juego de espejos, toda vez que la guerra de Troya es, en esencia, un reflejo de la guerra entre los dioses olímpicos. Esta poderosa noción fue recogida en el Paraíso perdido por John Milton, quien se propuso narrar la batalla cósmica entre Dios y Satán, a mitad de camino entre La Iliada y La Biblia. Y como en la obra de Homero, también en el poema de Milton se le ofrece al lector la posibilidad de simpatizar con el enemigo, incluso si este enemigo es el adversario por antonomasia de la especie humana. Algo parecido volvemos a encontrar en el siglo XX, en las Crónicas marcianas de Ray Bradbury. En efecto, en las crónicas se narra la épica conquista de Marte por parte de los terrícolas, pero al final del texto el lector inclina su favor decididamente hacia los derrotados marcianos. Desde Homero nos llega la lección de ponernos en el lugar del otro, lección que los amos de la guerra siguen sin aprender.
Explicación:
Imagínate el NO resumen