• Asignatura: Historia
  • Autor: noenoelia003
  • hace 5 años

la casa viva de elsa borneman, como termina la historia?​

Respuestas

Respuesta dada por: JohancitoGamer22YT
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Respuesta:

Al comenzar éste —su cuento— la familia Alcobre estaba cenando en el comedor de su confortable piso ciudadano. Era una familia “tipo”: padres y dos hijos. Juan —el padre— y Claudia —la madre— componían un matrimonio joven. En cuanto a los hijos, Marvin tenía catorce y Greta doce cuando sucedió la historia que los comprende como protagonistas. Era diciembre o principios de enero, según lo indicaba un árbol de Navidad instalado en un rincón de la sala y a cuyo pie se encontraba un bello pesebre de cerámica, producto de las manos de Greta. Ella era una apasionada por esa artesanía.

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Todos estaban alegres durante aquella comida, acababan de comprar una casa de vacaciones. Su conversación giraba —entonces— en torno de esa importante adquisición:

JUAN: —Está ubicada sobre la que va a ser la avenida costanera de “La Resolana” dentro de unos años. Más cerquita del agua, imposible; como ustedes querían.

CLAUDIA: —Es una casa preciosa y está puesta a nuevo. Todavía no me explico cómo tuvimos la suerte de conseguirla por la mitad de lo que —en realidad— vale.

GRETA: —Humm, ya me imagino… Seguro que papi empezó a pedir descuento y descuento, como hace cada vez que le toca comprar algo…

MARVIN: —…y terminó mareando a los de la inmobiliaria, que se olvidaron algunos ceros en la cifra de venta.

CLAUDIA: —Nada de eso. El precio que pagamos por la casa es —exactamente— el que la inmobiliaria fijó. Bien barato, sí, aunque cueste creerse.

JUAN: —Lo que pasa es que en esta época… la situación económica del país…Entonces, con tal de vender…

GRETA: —¿Cuándo viajamos a “La Resolana”? ¡No doy más de ganas de conocer nuestra casa del mar!

MARVIN: —El viernes, nena, ¿no lo oíste?

CLAUDIA: —No bien tu padre y yo salgamos del trabajo. Alrededor de las ocho los pasamos a buscar.

JUAN: —Mejor a las nueve. Quiero hacer revisar los frenos y cargar nafta.

GRETA: —Marvin y yo vamos a tener todo listo para el viaje.

MARVIN: —La torneta y tu cargamento de arcilla, sin dudas…

GRETA: —¿Y qué? Por lo menos, voy a aprovechar las vacaciones para hacer algo más que nada como uno que yo conozco.

El esperado viernes de la partida llegó al fin y los Alcobre salieron en su auto rumbo a “Villa La Resolana”. Con la ansiedad que tenían por estrenar la casa nueva, los trescientos veinte kilómetros que los separaban de ese solitario paraje marítimo se les antojaron mil; sobre todo, a los chicos.

La casa de vacaciones era —verdaderamente— hermosa, tal como los padres habían dicho. Amplia, totalmente refaccionada, luminosa. Amueblada con exquisito gusto. Decorada con calidez. Parecía recién hecha, sin embargo su construcción databa de principios de siglo.

Greta eligió para sí una de las cuatro habitaciones de la planta alta, la única que se abría a un espacioso balcón-terraza con vista al mar. —¡Qué viva! —opinó Marvin.

Ese fin de semana, los cuatro Alcobre lo dedicaron a acomodar todo lo que habían llevado y a darse unos saludables baños de mar en la playita que parecía una prolongación de la casa, tan cerca de ella se extendía. Tan cerca, que habría podido considerársela una playa privada.

Además, alejado como estaba el edificio de los otros de la zona, a los Alcobre se les fisuraba que toda la “Villa La Resolana” formaba parte de su patrimonio. ¡Qué paraíso!

Los padres partieron de regreso a la ciudad el domingo a la noche. Aún les restaba una semana de trabajo para iniciar las vacaciones.

Partieron con mil recomendaciones para los chicos, como era de prever. Sobre todo, que no se apartaran demasiado de las orillas al ir a bañarse en el mar, que no salieran de la casa después de las nueve de la noche, que se arrestaran para las comidas y bebidas con la abundante provisión que les dejaban en la heladera y en el freezer —así no debían ir al centro del pueblo mientras permanecían solos, aunque no quedaba tan lejos de allí y —por cualquier cosa— los llamaran por teléfono.

—Es telediscado. Ya lo probé para telefonear a los abuelos y los tíos y funciona perfectamente —les comentó la madre—. Ah, y papi acaba de conectar el contestador automático que trajimos de su estudio para usarlo acá durante estos días. Así, nos quedamos tranquilos si nosotros necesitamos comunicarles algo con urgencia y ustedes están en la playa. Tienen que escucharlo todos los días, ¿eh?

—Ay, mamá, cuanto lío por cuatro días locos… —protestó Marvin.

—¿Algún otro consejito? —ironizó Greta.

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