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Desde mediados del IV milenio a.C., en la Baja Mesopotamia, tiene lugar por primera vez la «revolución urbana»: el paso de la población campesina a la ciudad, que progresivamente desembocará en el nacimiento del estado. Son núcleos amurallados, con casas alineadas por calles, espacios públicos, palacios y templos, que evidencian la existencia de dignatarios políticos y religiosos fruto del progresivo desarrollo de la jerarquización social.
En las regiones más áridas este sistema se sostiene con una práctica agrícola intensiva y se descubren nuevas técnicas de irrigación y nuevas formas de producción, que permiten rendimientos más altos y un aumento de la población. Los excedentes facilitan la división del trabajo y la aparición de artesanos y otras actividades especializadas.
El surgimiento de la escritura cuneiforme en los inicios del III milenio en ciudades como Ur o Uruk, constituye un nuevo sistema de comunicación y registro, que es a la vez causa y efecto de esta progresiva complejidad social y económica. La escritura es una herramienta de contabilidad que ayudará a la gestión de los territorios agrícolas a la vez que a preservar la memoria de los pueblos, hasta entonces un conocimiento que sólo había sido transmitido oralmente.