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La sexualidad, dimensión del ser humano que abarca el modo en que nos sentimos como mujeres u hombres y la forma en que vivimos el hecho de ser mujeres u hombres, tiene diferentes manifestaciones, según las culturas y las sociedades, y evoluciona de diferentes formas y matices a las que cada uno, individualmente, va a hacer sus aportaciones, a lo largo de la vida, siendo éste un proceso que se va construyendo, elaborando y modificando con las experiencias y que sólo finaliza con la muerte.
Esta vivencia o experiencia de ser mujeres o ser hombres, de tener sexualidad y de ser sexuados, tiene sus bases en el cuerpo biológico, en la fisiología, desde la que parte, para ir entrelazándose en un juego dinámico con el contexto afectivo y social en el que la persona va a ir creciendo para ir constituyendo y creando una identidad propia, como mujer o como hombre, con unos gustos y con unos deseos determinados y particulares como persona sexuada.
Cada momento histórico y cada sociedad tiene una forma diferente de entender a las mujeres y a los hombres que la conforman, tiene un modo -o, mejor, varios modos- de establecer las relaciones que entre ellos se dan, lo cual influye, interactivamente, en la forma en que cada persona vive y experimenta su sexualidad.
Hoy nos sentimos y nos relacionamos como mujeres o como hombres de forma diferente a como se sintieron y se relacionaron nuestros padres o nuestros abuelos.
Como el ser humano no puede estar aislado busca el encuentro con otros seres humanos. Una de las formas más humanas de encuentro entre dos personas, de expresar esta dimensión relacional, es el encuentro amoroso. En él se ponen en juego la curiosidad y el deseo, la atracción y el interés por la persona que nos resulta atractiva, tanto por las diferencias como por las semejanzas. Hacia ella volcamos nuestra capacidad amorosa implicando tanto el cuerpo como los afectos.
Esta atracción o este deseo de encuentro entre personas sexuadas se puede dar entre personas de diferente sexo o entre personas del mismo sexo, denominándose orientación heterosexual cuando la mujer o el hombre se sienten atraídos sexualmente y amorosamente por otra persona del sexo contrario, y orientación homosexual, cuando la atracción sexual se siente por una persona del mismo sexo.
Los avances científicos y la relajación en las costumbres sociales hace que la reproducción, el tener o no hijos, se separe de tener o no relaciones sexuales coitales, siendo independiente también de tener pareja o una orientación sexual determinada. Tener hijos no es exclusivo, en la sociedad actual, de una pareja heterosexual y tener relaciones sexuales no implica necesariamente tener hijos.