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EL ZORRO Y LA CIGÜEÑA
Un día, el zorro invitó a la cigüeña a comer un rico almuerzo. El zorro tram poso sirvió la sopa en unos platos chat os, cortísimos, y de unos pocos lengüet azos terminó su comida.
A la cigüeña se le hacía agua el pico, pero como el plato era chato, chatisimo, y su pico era largo, larguísimo, no consiguió tomar ni un traguito.
-¿No le ha gustado el almuerzo, señora cigüeña? -le preguntó el zorro relamiéndose.
-Todo estuvo muy rico -dijo ella-. Ahora quiero invitarlo yo. Mañana lo espero en mi casa.
Al día siguiente, la cigüeña sirvió la comida en unos botello nes altos, de cuello muy estrecho. Tan estrecho que el zorro no pudo meter dentro ni la puntita del hocico.
La cigüeña, en cambio, metió en el botellón su pic o largo, larguísimo, y comió hasta el último bocado. Después, mirando al zorro, que estaba muer to de hambre, le dijo riendo:
-Por lo visto, señor zorro, le ha gustado mi comida tanto como a mí me gustó la suya.
El zorro se fue sin chistar, con la cola entre las piernas. El tram poso no puede protestar cuando le devuelven su trampita