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your momento un tanga
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bshshiwiwheue
"ProRespuesta:
/10/2020 20:01
Se llevaban muy mal, incluso después de la separación. Vivir juntos había sido pura desdicha. A ella la tintura le dejaba en el pelo un aroma intenso, vegetal, durante varios días. El odiaba ese olor: tener que compartirlo en la cama se convirtió en un resumen físico de sus agravios. Él usaba lentes de contacto. La repisa del botiquín era solo para los estuches de sus lentes, el líquido en que los guardaba y el colirio. Ella se había visto obligada a ceder ese espacio que consideraba imprescindible. Él se enfurecía si encontraba en el estante un objeto de ella: suciedad, contaminación. Ella lo acusaba de tacaño. Él usaba medicamentos vencidos. En uno de los peores momentos, hacia el final, ella echó unas gotas de limón en el colirio y se rió de sus gritos de dolor, le echó la culpa: por miserable.
Él soñaba con caldos espesos y cálidos. Ella no reconocía vínculos entre la comida y el amor. Tuvieron una hija. Al principo los sostuvo la pasión y después el recuerdo de la pasión. Pero cuando Lucila fue adolescente, la relación ya era pura venganza. Querían a su hija con locura, se peleaban también por ella. Aun después del divorcio, una guerra pequeña, cotidiana, les transformaba la vida en vinagre.
Ilustración: Hugo Horita.
Ilustración: Hugo Horita.
Moira estaba en casa, disfrutando de su buen aire acondicionado, cuando entró el llamado. ¿Con la señora de Noval? Ex, dijo Moira. Señora, habla el oficial Acosta, desde el Hospital Fernández. La voz sonaba gruesa y clara, con autoridad. Tenemos aquí una persona joven que acaba de ingresar, está inconsciente. Alcanzó a dar su apellido y el teléfono. Hay que realizarle una intervención de urgencia, necesitamos la autorización de algún familiar directo.
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Una oscuridad espesa le nubló la vista por un momento. Consiguió contestar con la lengua torpe. Mi hija, dijo. Qué pasó.
Entró una parejita, contestó el oficial Acosta. Pero la que está mal es ella. Un robo de billetera. Por favor, antes que nada deme su teléfono, rogó Moira. En su terror temía perder la comunicación, como si la voz del oficial Acosta fuera el débil hilo que le permitía sostener a su hija con vida. El hombre perdió la calma. Señora, le gritó, su hija corre peligro de vida, no me haga perder tiempo. Furioso, el oficial Acosta. Cortó con violencia.
Moira marcó el número de celular de su hija. Apagado o fuera del área de cobertura.
Noval estaba en un café cuando entró el llamado. Salgo para el hospital, dijo Moira. Le temblaba la voz.
No sintió el golpe de calor, Moira. No sentía nada, no veía nada. Le dijo al taxiste adónde iba y siguió hablando en voz alta, sin parar, repasando todas las posibilidades. Lucila va a sobrevivir. Es luchadora. Practica karate. Le habrán querido robar la billetera, se resistió, le pegaron. Eran varios. Quedó tirada en el suelo, lastimada. O quizás un ladrón le robó la billetera: ella lo corrió. Lucila está entrenada, tiene aire. Cruzó sin mirar, la atropellaron. Tirada en el suelo. O le pegaron el tirón a la cartera, un motochorro, la hicieron caer. En mitad de la calle. Tirada en el suelo. Los autos. Es fuerte, mi hija: peleadora. Se va a salvar.
A Noval, en el café, se le aflojaron las tripas. La veía muerta. No le importaba cómo ni por qué. Veía a su hija blanca, con ojeras de muerta, el pelo rubio lleno de sangre, la boca abierta, los ojos de pescado. Llamó a Moira para pedirle detalles. Lo alivió escuchar su voz firme. Voy para allá, le dijo.
En la puerta del hospital, Noval se tiró del auto con un movimiento convulsivo. Estaba curiosamente alerta, atento a todos los detalles. Vio las nervaduras de una hoja color verde verano, vio que la sala de guardia se llamaba Emergentología, vio a Moira subiendo las escaleras el paso elegante de siempre. Corrió hacia ella y la abrazó torpemente. Con la misma torpeza, ella le devolvió el apretón. Llegaron a Terapia Intensiva agarrados de la mano, sosteniéndose el uno al otro, tratando de traspasarse esperanza a través de la piel transpirada.
Prohibido pasar, decía un cartel, y Moira se detuvo mirando desconcertada alrededor. De un tirón Noval la hizo cruzar las puertas de vaivén. Moira lo admiró, a ella era tan fácil detenerla con palabras escritas. Un médico se estaba quitando los guantes de látex. No ven que estoy trabajando, no entiendo una palabra de lo que están diciendo, fuera de aquí, dijo el médico.