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1
Adán y Cristo (Romanos 5:12-21)
El argumento general
- Hemos insistido ya en que la unidad del pensamiento de esta sección depende de que Pablo, detrás del tema de la justificación de la fe, ve la Cruz de Cristo como base de toda la obra redentora en sus múltiples facetas. Para él no hay falta de continuidad entre la presentación del tema de justificación en (Ro 3:21-31), entre las bendiciones que disfruta el creyente justificado y entre el sublime "reino de gracia" que ha de ser la nota culminante del pasaje que está bajo consideración. El versículo 12 que introduce esta sección empieza con la frase de enlace: "por tanto". La esclarecida visión de Pablo pasa del creyente justificado, seguro en la vida de resurrección de Cristo, al panorama universal que resume por medio de un complicado paralelismo antitético entre Adán y Cristo. La idea central es fácil de comprender, pero las dificultades exegéticas surgen de la superabundancia del pensamiento del Apóstol, que rebasa el limitado marco de esta sección, ya que, dentro del paralelismo general, introduce toda una serie de profundos conceptos que nosotros hemos de examinar y analizar un tanto trabajosamente a la luz de la doctrina paulina expuesta en todas sus epístolas. Por el momento ha de bastarnos ver que Pablo se fija en dos personas que son las dos cabezas de la raza, unidas a todos los hombres por medio de una solidaridad vital. Adán, padre de todos los hombres, cayó en el pecado por un acto de desobediencia —la esencia del pecado— y en él cayó toda la raza, lo que determinó que fuese una raza pecadora por naturaleza. Esta ofensa única de un solo hombre, trajo como resultado el reinado de la muerte —inseparable del pecado— juntamente con la condenación, ya que el pecador es reo culpable delante de Dios. El remedio no se halla en la aplicación universal de la sentencia judicial, ni tampoco en un perdón sin base, incompatible con la justicia de Dios, sino en la presentación de una nueva Cabeza de la raza. No se escoge la nueva Cabeza caprichosamente, pues Cristo tiene derecho a presentarse como "el postrer Adán" y "el segundo hombre del Cielo" (1 Co 15:45-47), puesto que él es el Verbo eterno, el Hijo preeminente, por quien y para quien todas las cosas han sido creadas, y en quien subsisten (Col 1:16-17). Naturalmente "todas las cosas" incluyen al hombre, corona de la primera creación (Génesis capítulos 1 y 2 con el Salmo 8). Por el misterio de la encarnación recoge en sí mismo, como hombre en la tierra, todo lo que él había dado como Creador, llegando a ser el Hijo del Hombre y el Postrer Adán por excelencia. Pero esta nueva Cabeza está completamente exenta de los resultados de la Caída, puesto que la voluntad de Dios halla en él su perfectísima expresión. Sólo así pudo llevar a su consumación un "acto de obediencia" y un "acto de justicia" (Ro 5:18-19) que, por el principio de solidaridad, proveyera aquella propiciación que ya hemos visto como la necesidad primordial de la raza pecadora frente a su Dios. Detrás del acto único se halla la gracia de Dios, como veremos al examinar los detalles del pasaje, y, si bien la Caída arrastró a todos a la muerte y a la condenación, este acto de justicia tiene como consecuencia la vida —hasta un reinado de vida— y la justificación. La Ley se presenta aquí —como en otras partes del cuerpo paulino— como el instrumento que revela y excita el pecado. Esta función de la Ley es necesaria a fin de que el pecado se vea tal cual es, como transgresión —u ofensa legal— que obra manifiestamente en contra de la voluntad de Dios, haciendo inevitable la condenación. Los efectos de los dos actos primordiales de las dos Cabezas de la raza se extienden a "todos" o a "los muchos": términos que señalan la gran masa de la raza, sin que tengamos que pensar en una mayoría condenada o en una minoría justificada para vida. Pablo ha expuesto con toda claridad, en porciones anteriores, que no hay distinción entre hombre y hombre, pues "todos pecaron". Aquí la obra de gracia es potencialmente universal para responder —según el paralelismo del tipo— a la necesidad de todos, pero consta ya que es el creyente quien se enlaza con Cristo para hacer efectiva, en su caso, la justificación que se basa en el gran "acto de justicia". El versículo 21 cierra la discusión por medio del típico paralelismo de contraste, volviendo al concepto más destacado del versículo 12, que inauguró la sección: "Sobreabundó la gracia para que, como el pecado reinó en la muerte, así también la gracia reinase por la justicia para vida eterna por Jesucristo, el Señor nuestro". Este concepto de la gracia abundante se ha de recoger en (Ro 6:1-2) como eslabón que vincula la exposición de la justificación por la fe con la de la santificación en Cristo y por las operaciones del Espíritu Santo..
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