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Respuesta:
Cundo deje aquel mar,1 una ola se adelanto entre todas. Era esbelta y ligera.2 A pesar de los gritos de las otras, que la detenían por el vestido flotante,3 se colgó de mi brazo y se fue conmigo saltando.4 No quise decirle nada, porque me daba pena avergonzarla ante sus compañeras5. Además, las miradas coléricas de las mayores me paralizaron.6
Cuando llegamos al pueblo7, le expliqué que no podía ser, que la vida en la ciudad no era lo que ella pensaba en su ingenuidad de ola que nunca ha salido del mar.8 Me miro seria:9 "Su decisión estaba tomada. No podía volver".10 Intente dulzura, dureza, ironía.11 Ella lloro, grito, acaricio, amenazo.12 Tuve que pedirle perdón.13 Al día siguiente empezaron mis penas. ¿Cómo subir al tren sin que nos vieran el conductor, los pasajeros, la policía?14 Es cierto que los reglamentos no dicen nada respecto al transporte de olas en los ferrocarriles, pero esa misma reserva era un indicio de la severidad con que se juzgaría nuestro acto.15
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