Me podían decir ¿como era la vida cotidiana de los campesinos en los peudos?
Por favor es para mañana.
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La
vida de los campesinos era muy difícil, aunque no todos tenían la misma
condición jurídica. Mientras que unos eran siervos dependientes, otros
eran libres, y algunos poseían sus propias tierras.
Los aldeanos empezaban a trabajar muy pronto, desde los cuatro o los cinco años, y se casaban también muy jóvenes, alrededor de los dieciocho años.
En la Edad Media, nueve de cada diez personas eran campesinos. Aunque la mayoría habitaba en las tierras del señor no todos los campesinos de un feudo tenían la misma condición.
Unos eran siervos, es decir, dependían de un noble o de un monasterio. Carecían de muchos derechos: por ejemplo, no podían abandonar las tierras del señor ni casarse sin su permiso. Trabajaban gratuitamente las tierras de la reserva señorial o realizaban los trabajos domésticos. La condición de siervo pasaba de padres a hijos.
Otros, por el contrario, eran libres. Vivían en la aldea, podían abandonar el feudo y casarse libremente. Trabajaban los mansos. Tenían que entregar parte de la cosecha para pagar el diezmo a la Iglesia y las rentas al señor, pero disponían libremente del resto. A veces, los campesinos se rebelaban contra sus señores, buscando mejorar su situación.
En la Edad Media europea la gran mayoría de la gente vivía en lo que actualmente entendemos como pobreza extrema: apenas con los mínimos recursos para sobrevivir y con la muerte como una realidad cotidiana. En el siglo X un cuarto de los niños moría antes de los cinco años y otro cuarto antes de la pubertad.
La vida de los campesinos, es decir de la mayoría de la población europea, era sumamente austera. Los hombres vestían un faldón, una especie de chaleco forrado de conejo (que para los más ricos era de gato), y un sombrero de tela. Las mujeres vestían dos túnicas superpuestas y un manto. Para trabajar usaban muy pocas herramientas de hierro, pues la gran mayoría de sus utensilios eran de madera. Los campesinos escarbaban la tierra con arados provistos de una reja de madera endurecida al fuego. El rendimiento de la tierra era muy bajo.
La comida era escasa: algunas hierbas, granos y caza pequeña, y una hogaza de pan que se atesoraba. Los trabajadores estaban aplastados por el peso enorme de un pequeño sector de explotadores —guerreros y eclesiásticos— que se quedaban con casi toda la producción agrícola. El pueblo vivía temiendo el mañana. La posibilidad de sufrir hambrunas era común, debido a una mala cosecha, que a veces se acumulaban e implicaban dos o tres años de mal comer. Los pobres de la Edad Media temían sobre todo al hambre. Este miedo permanente está en la raíz de la sacralización del pan, de ahí que la súplica al Dios cristiano rece: “Danos el pan de cada día.”
Sin embargo, a pesar de la escasez de bienes y comida, en el duro mundo medieval no existía el desamparo total. Las relaciones de solidaridad y de fraternidad hacían posible que se redistribuyera la exigua riqueza, y con ello se aseguraban la supervivencia de los más pobres La sociedad medieval era una sociedad de solidaridad porque la pobreza era la suerte común. Prevalecía el sentimiento de estar eternamente acompañado, porque los seres humanos vivían de forma gregaria. Más de una familia habitaba una misma casa, varios dormían en un mismo lecho. En el interior de las casas no había paredes verdaderas, sólo colgaduras.
Los hombres y mujeres del medievo nunca salían solos y desconfiaban de quien lo hacía: eran locos o criminales. Cualquier individuo que buscara el aislamiento se convertía inmediatamente en objeto de sospecha o de admiración (como los eremitas*), y era tenido por “extraño”. Andar errante en la soledad era, según la opinión común, uno de los síntomas de la locura. Incluso se consideraba una obra piadosa que se intentara reintegrar a los solitarios a alguna comunidad.
Los aldeanos empezaban a trabajar muy pronto, desde los cuatro o los cinco años, y se casaban también muy jóvenes, alrededor de los dieciocho años.
En la Edad Media, nueve de cada diez personas eran campesinos. Aunque la mayoría habitaba en las tierras del señor no todos los campesinos de un feudo tenían la misma condición.
Unos eran siervos, es decir, dependían de un noble o de un monasterio. Carecían de muchos derechos: por ejemplo, no podían abandonar las tierras del señor ni casarse sin su permiso. Trabajaban gratuitamente las tierras de la reserva señorial o realizaban los trabajos domésticos. La condición de siervo pasaba de padres a hijos.
Otros, por el contrario, eran libres. Vivían en la aldea, podían abandonar el feudo y casarse libremente. Trabajaban los mansos. Tenían que entregar parte de la cosecha para pagar el diezmo a la Iglesia y las rentas al señor, pero disponían libremente del resto. A veces, los campesinos se rebelaban contra sus señores, buscando mejorar su situación.
En la Edad Media europea la gran mayoría de la gente vivía en lo que actualmente entendemos como pobreza extrema: apenas con los mínimos recursos para sobrevivir y con la muerte como una realidad cotidiana. En el siglo X un cuarto de los niños moría antes de los cinco años y otro cuarto antes de la pubertad.
La vida de los campesinos, es decir de la mayoría de la población europea, era sumamente austera. Los hombres vestían un faldón, una especie de chaleco forrado de conejo (que para los más ricos era de gato), y un sombrero de tela. Las mujeres vestían dos túnicas superpuestas y un manto. Para trabajar usaban muy pocas herramientas de hierro, pues la gran mayoría de sus utensilios eran de madera. Los campesinos escarbaban la tierra con arados provistos de una reja de madera endurecida al fuego. El rendimiento de la tierra era muy bajo.
La comida era escasa: algunas hierbas, granos y caza pequeña, y una hogaza de pan que se atesoraba. Los trabajadores estaban aplastados por el peso enorme de un pequeño sector de explotadores —guerreros y eclesiásticos— que se quedaban con casi toda la producción agrícola. El pueblo vivía temiendo el mañana. La posibilidad de sufrir hambrunas era común, debido a una mala cosecha, que a veces se acumulaban e implicaban dos o tres años de mal comer. Los pobres de la Edad Media temían sobre todo al hambre. Este miedo permanente está en la raíz de la sacralización del pan, de ahí que la súplica al Dios cristiano rece: “Danos el pan de cada día.”
Sin embargo, a pesar de la escasez de bienes y comida, en el duro mundo medieval no existía el desamparo total. Las relaciones de solidaridad y de fraternidad hacían posible que se redistribuyera la exigua riqueza, y con ello se aseguraban la supervivencia de los más pobres La sociedad medieval era una sociedad de solidaridad porque la pobreza era la suerte común. Prevalecía el sentimiento de estar eternamente acompañado, porque los seres humanos vivían de forma gregaria. Más de una familia habitaba una misma casa, varios dormían en un mismo lecho. En el interior de las casas no había paredes verdaderas, sólo colgaduras.
Los hombres y mujeres del medievo nunca salían solos y desconfiaban de quien lo hacía: eran locos o criminales. Cualquier individuo que buscara el aislamiento se convertía inmediatamente en objeto de sospecha o de admiración (como los eremitas*), y era tenido por “extraño”. Andar errante en la soledad era, según la opinión común, uno de los síntomas de la locura. Incluso se consideraba una obra piadosa que se intentara reintegrar a los solitarios a alguna comunidad.
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