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INTRODUCCIÓN
La rivalidad entre los Estados Unidos y China es el tema central del escenario internacional.
La Argentina del siglo XXI será exitosa si es capaz de introducir las reformas internas necesarias para progresar. Un desarrollo balanceado, inversión productiva, moneda sana, equilibrio fiscal, mejoras en el sistema educativo y la construcción de un aparato estatal eficaz son los principales desafíos.
También debe definir con lucidez el posicionamiento internacional del país para facilitar la ejecución de las reformas internas y recuperar el respeto internacional. Una potencia media, como la Argentina, solo puede desarrollar su economía y fortalecer su poder y prestigio si adapta con pragmatismo su política exterior a las condiciones imperantes en el escenario internacional.
Los períodos como el actual, donde ocurren grandes mutaciones en el orden mundial, representan a la vez un peligro y una oportunidad. Hay que saber elegir el camino.
La hegemonía norteamericana no se afianzó. La crisis financiera global de 2008–2009, cuyo epicentro fue los Estados Unidos, y el fracasado proyecto de democratizar el Medio Oriente, puso en tela de juicio la capacidad norteamericana para alcanzar sus objetivos.
El debate interno en EE.UU. sobre la estrategia a seguir se intensificó a partir del año 2010. Finalmente, la victoria de Donald Trump, a fines del 2016, impulsó un perfil revisionista y nacionalista a la política exterior norteamericana.
El primer objetivo de la administración Trump fue renegociar los acuerdos comerciales y militares con sus socios tradicionales. Renegoció el Nafta con Canadá y México, así como los entendimientos comerciales vigentes con Japón, Corea del Sur, la Unión Europea y otros países aliados.
En lo militar, la diplomacia estadounidense presionó a sus aliados tradicionales (los miembros de la OTAN, Japón y Corea del Sur) a contribuir más a la defensa común, incrementando sus gastos militares a un nivel mínimo del 2% del PIB. A pesar de las resistencias, el proceso está en marcha. Alemania, que gastaba aproximadamente 1.3 % de su PIB, se comprometió, en el marco de la OTAN, a alcanzar el nivel del 2 % para el año 2023.
La administración Trump concentró sus esfuerzos en modificar la relación comercial, tecnológica y geopolítica con China, considerada de ahora en más como un “rival estratégico” (ver Estrategia Nacional de Seguridad, Casa Blanca, 2017).
Simultáneamente, en Europa el proyecto de orientación federal liderado por Alemania y Francia durante las últimas tres décadas, mostró signos de debilitamiento. La idea de recuperar soberanía priorizando acuerdos intergubernamentales gana espacio en la política europea. La vieja idea de Charles de Gaulle de una “Europa de naciones” volvió a surgir con fuerza.
La decisión británica de salirse de la Unión Europea (el Brexit), la oposición italiana en temas de inmigración, las demandas por mayor autonomía de varios países de Europa del Este (Austria, Hungría, Polonia y Rumania) y el fortalecimiento de partidos políticos críticos a la centralización administrativa de Bruselas, contribuyen a un difuso malestar.
Estados Unidos también facilitó la incorporación de China a las instituciones económicas claves que ellos habían patrocinado después de la Segunda Guerra Mundial. En particular al FMI, el Banco Mundial y el Banco Asiático de Desarrollo durante la década de 1980 y a la Organización Mundial del Comercio en 2001.
Por otro lado, se esperaba que el crecimiento de nuevas clases medias y sectores empresariales en China generaran demandas por mayor libertad y facilitaran el surgimiento de un “estado de derecho”.
Francis Fukuyma y Thomas Friedman fueron quizás los exponentes más conspicuos de estos argumentos, incorporados a los discursos públicos y privados de los principales líderes occidentales por más de veinte años.
La historia política de Occidente y la consolidación de democracias liberales después de la Segunda Guerra Mundial en países tan diversos como Alemania, Japón, Taiwán y Corea del Sur, confirmaban la fuerza aparentemente arrolladora del desarrollo económico sobre la evolución del sistema político.
Desde la asunción del presidente Xi Jinping, en 2012, el rol del partido en el sistema de gobernanza no ha dejado de afianzarse. Sin libertad de prensa, la información transmitida por internet es censurada y los disidentes políticos o de minorías étnicas (tibetanos, uigures y otros) son perseguidos o enviados a realizar trabajos forzados en centros de “rehabilitación”.
El partido dirige los destinos del país, impone disciplina a los opositores y resuelve, a través de la cooptación y/o de la represión, las tensiones que genera el crecimiento (los conflictos lborales, la expropiación de tierras, la polución y la competencia entre regiones y empresas).
La “Declinación Relativa” de EE.UU.