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Respuesta: A veces, la relación entre los padres e hijos no suele ser fácil, y mucho más si estos se encuentran en la etapa adolescente. Para ellos, es un momento clave en su vida, ya que experimentan muchos cambios, y donde las emociones son muy intensas. De ahí que los conflictos sean más frecuentes. “El primero es su paso de pensamiento concreto a abstracto. El adolescente empieza a pensar más como adulto que como niño y esto les abre todo un mundo de posibilidades. Antes solo podían pensar en lo concreto, en lo que veían, ahora pueden imaginar, deducir, sacar conclusiones y aparece esa etapa filosófica con preguntas de ¿quién soy yo?, ¿qué hago aquí?, ¿qué sentido tiene mi vida? Asimismo, surgen conceptos que van a ser cruciales en esta etapa, como el de la justicia”, apunta Mireia Navarro, directora del Teu Espai de Barcelona.
Otro motivo que señala Navarro son los cambios biológicos que sufre el adolescente en este periodo. “Esa explosión de hormonas que no dejan indiferente a nadie. Pasan de estar contentísimos a ser los más desgraciados en fracciones de segundo. Sus cambios de humor cuestan mucho de asumir”, dice. Otra causa más, es la importancia del grupo de amigos, de ser aceptados, el desarrollo de la personalidad que se define en esta etapa, la sexualidad (orientación sexual y primeros encuentros sexuales). Con todos estos frentes abiertos, es normal que aparezcan los conflictos tanto en casa como en su grupo de amigos.
Este periodo también va a ser complejo para los padres, lo que funcionaba en las anteriores etapas ya no vale en esta. Por eso, en la medida de lo posible, es importante reducir la tensión en la relación. Los padres tienen que ser un punto clave de guía y ayuda en la resolución de conflictos, no un enemigo más. “No debemos quitar importancia a lo que para ellos es lo más importante del mundo. Sirve de poco si les decimos: ‘estás preocupado/a por una tontería, seguro que mañana volvéis a ser tan amigos’ cuando está desesperado/a porque se ha peleado con su mejor amigo. Es mucho mejor que le cuentes tu propia experiencia, como algo que te parecía el fin del mundo, y finalmente se resolvió sin más. Los ejemplos de nuestra propia adolescencia son los más adecuados para ayudarles a afrontar los conflictos, mucho más que los consejos desde la superioridad de nuestra vida adulta”, explica Navarro. La mejor fórmula para ayudarles, es tener paciencia y aconsejarles; de nada sirven los sermones paternales o quitando importancia a lo que viven y sienten en esos momentos.
Enseñarles a pedir justicia
La capacidad para ponernos en el lugar de otras personas puede ser considerada, además, como un requisito necesario para aprender a resolver conflictos de forma inteligente y justa. “La empatía es importante en la adolescencia, porque tienen la suficiente madurez como para empezar a entender y trabajar este concepto. Además hay que aprovechar su gran interés por la justicia para que aprendan también a empatizar”, incide la especialista. Pero eso sí, sin utilizar la violencia. Hay que enseñarles a pedir justicia sin pelearse, puesto que si no volvería el conflicto. “La agresividad solo genera más agresividad. Alguien que se pelea pierde la razón justo en ese momento, aunque antes la tuviera. Tienen que aprender a canalizar su comportamiento agresivo”, aclara Navarro.
En el caso de que los puntos anteriores no funcionen, y el adolescente se comporta de una forma extraña como dejar de hacer las cosas que antes hacía sin motivo aparente, es el momento de pedir la ayuda de un profesional. “Si deja de salir con sus amigos, cambia las pautas de sueño o comida (no duerme, no come o come en exceso); si se encierra en su habitación más de lo normal o si se resienten sus notas académicas. En general, cambios en su manera de actuar, que empiece a hacer cosas que antes no hacía o a dejar de hacer otras que antes le encantaban, puede ser un signo de que algo no funciona bien y que tal vez necesita ayuda de un profesional”, concluye la especialista.
Explicación:
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