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Así como otros aspectos de la vida cultural mexicana, el Día de Muertos, tal como hoy se celebra, es la herencia mestiza de dos mundos, el hispánico y el indígena. La muerte carga con un peso importante, tanto en la tradición católica como en las culturas prehispánicas, y esto se ve reflejado en un culto sincrético en el cual convergen elementos europeos y americanos.
El altar de ofrendas es una de las piezas que mejor caracteriza a la idiosincrasia mexicana en estos días de culto a la muerte. Símbolo de la solemnidad y la celebración, el altar se ajusta a la creencia milenaria que nos indica que hay otro mundo después de la vida, donde nuestros seres queridos no han perdido su identidad y nos siguen vigilando desde un misterioso más allá.
Ya que no podemos comunicarnos con los muertos, así como lo hacemos entre los vivos, la humanidad debe recurrir a otros recursos para entablar un diálogo con los espíritus. El pan de muerto, las flores de cempasúchil, el papel picado y las velas son algunos de los instrumentos que usamos los mexicanos para volver a establecer un contacto con los difuntos.