Cuales son las consecuencias de estas relaciones medios de comunicacion y cultura

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Respuesta dada por: leo888xd
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Respuesta dada por: scami886
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No es necesario partir de una visión apocalíptica para valorar los efectos de los medios masivos sobre la cultura contemporánea, sino que basta con ser realista. Nos guste o no los medios inciden más que nunca en la educación de las nuevas generaciones, moldean gustos y tendencias en públicos de todas las edades, construyen la agenda de los temas sobre los que discutimos a diario, y hasta han cambiado las formas de gobernar y hacer política. Lo que antaño pudo ser una verdad parcial hoy tiene el tono de una verdad lisa y llana: los medios masivos de comunicación se han vuelto más gravitantes en nuestra formación cultural, en la manera de relacionarnos con el mundo y con nuestros semejantes, en los trajines cotidianos del trabajo y la creación, y hasta en la intimidad de la vida hogareña.

Hoy nos resulta inconcebible un mundo sin televisión, Internet, TV cable, radio, prensa y cine, mientras que un siglo atrás, excepción hecha del público devoto de periódicos y libros, nuestros ancestros podían vivir con mayor prescindencia de los medios masivos. La prensa, es verdad, gozaba de un público creciente, pero era concebible que las grandes mayorías vivieran al margen de su influencia. La comunicación masiva pesaba menos en tanto reinaba la comunicación interpersonal con sus baluartes en las tertulias familiares, el mercado del barrio, los juegos de salón, los clubes sociales y los comités políticos, centros de una relación humana, íntima, entrañable, que hoy evocamos –con nostalgia, tal vez- como parte de un pasado casi totalmente perdido.

No es lo nuestro filosofar sobre si aquel estilo de vida era mejor o peor pues lo que importa, a los efectos de esta presentación, es poner de relieve cuanto mayor es hoy el peso de los medios masivos, procurar una evaluación de esa influencia y preguntarnos si esa influencia beneficia o perjudica a la cultura. Se afirma en general que beneficia, al menos en lo que respecta al creciente acceso a los bienes culturales en esta era de horizontes perceptivos enriquecidos y ampliados gracias a los medios electrónicos, al CD-Rom, Internet, la realidad virtual en suma. Empero, la cantidad, la abundancia, no es siempre sinónimo de calidad, pues como advierte George Steiner, “los propios medios pueden trivializar aún más tanto el conocimiento como la experiencia, tanto el significado como la forma; la ciber-red puede estar atestada de basura e incitación; puede anestesiar la sensibilidad hasta el punto de la inercia(el teleadicto frente a la pantalla del televisor)”(1).

Pero aún si se acepta que a la postre ese aluvión comunicacional enriquece la cultura de los receptores, surgen reproches de variada índole. Entre ellos, tal vez el más señalado es el que apunta a la concentración de los medios de comunicación en poderes que operan a escala universal trasmitiendo valores homogéneos y pautas de conducta que traspasan fronteras, alimentan un público trasnacional cada vez más uniforme y, según se previene, amenazan con borrar las identidades culturales a través de mensajes en general mediocres. Al mismo tiempo, se ahonda la brecha digital, y por ende, la brecha cultural, como parte del proceso de ampliación de las asimetrías comunicacionales que distancian cada vez más a los países ricos de los pobres. Dentro de esas asimetrías destaca la posición hegemónica de Estados Unidos, en particular respecto a una América Latina que se asoma a sí misma en el espejo de CNN, prosigue su romance con Hollywood a través de Fox o HBO, expone a los jóvenes a subculturas del tipo MTV y se rezaga en la conectividad a unos medios interactivos en los que prevalece el sello norteamericano de origen.

Las nuevas generaciones siguen siendo el flanco débil y por tanto el objeto de las mayores preocupaciones. La ilusión de los medios electrónicos, con su facilidad de adopción, la magia de la pequeña pantalla de la computadora o del televisor, generan un distanciamiento de otras experiencias comunicacionales que exigen diversas formas de atención y una capacidad de reflexión que puede relegarse en aras de la inmediatez que ofrecen los nuevos medios. Es indudable que la educación formal tiene en esos medios a un poderoso auxiliar repleto de promesas. Pero junto con esas posibilidades, los nuevos instrumentos apartan a los jóvenes de otros procedimientos formativos, la serenidad de la lectura por ejemplo, al tiempo que producen una riesgosa simplificación del lenguaje, y una tendencia a confundir información con conocimiento. Otra de las inquietudes, una de las más clásicas sin duda, es la que acusa a los medios, en particular a la TV y los juegos electrónicos por su constante exhibición de conductas agresivas, una exhibición que más allá de la interminable polémica sobre su incidencia en los públicos juveniles, es por lo menos un factor a considerar cuando se

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