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Fue inesperado. Esa es la primera de las muchas razones para explicar por qué, entre tantos golpes de Estado que han tenido lugar en Latinoamérica, el de 1973 en Chile entró para quedarse en la memoria histórica global.
Mientras la vecina Bolivia estaba bajo el gobierno de facto de Hugo Banzer, Brasil llevaba ya nueve años bajo un régimen militar que perduraría por dos décadas y en Uruguay gobernaba Juan María Bordaberry, quien después iría a la cárcel por delitos de lesa humanidad, la cordillera parecía proteger a la democracia chilena a tal punto que hacía apenas tres años había recibido su más contundente afirmación: la llegada al poder por las urnas de un líder de izquierda, Salvador Allende, en medio de la Guerra Fría.
Incluso el Tanquetazo, un episodio ocurrido el 29 de junio de ese mismo año, en el que un grupo de militares se dirigió hacia el Palacio de la Moneda con el propósito de derrocar al gobierno, había dado razones para descartar la posibilidad de que algo así ocurriera en Santiago pues fue el mismo Comandante en Jefe del Ejército, Carlos Prats, el que sofocó la sublevación.
"En Londres se le consideraba 'La Inglaterra de Sudamérica, acertada o erróneamente", señala el historiador Alistair Horne. "Occidente percibía a Chile como un país que tenía un fuerte vínculo con la democracia".
Chile tenía una tradición mucho más larga y más fuerte del constitucionalismo que muchos países europeos", afirma el profesor emérito de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de Oxford Alan Angell, en conversación con la BBC.