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El soneto “Spinoza” (en El otro, el mismo) y su continuación, o variante, “Baruch Spinoza” (en La moneda de hierro[1]) proponen la creación divina del hombre, pero en sentido inverso al común: la creación divina a manos de un hombre, Spinoza. Tan inmóvil como Jaromir Hladík y el mago de “Las ruinas circulares”, pero más ambicioso en cuanto al objeto de su obrar, “en el confín del Ghetto” (que casi no existe) un “hombre quieto […] está soñando un claro laberinto”: “un hombre engendra a Dios”. Trataremos de ver algunos caracteres de este engendro, “ese ser infinito, que viene a ser el más complejo de los dioses” (1985), y sus consecuencias, en relación a los aspectos que nos interesan para los fines de este trabajo.
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