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Tal vez el momento más aterrador para cualquier persona que deba redactar un texto (sin importar la experiencia que se tenga a la hora de escribir y el tipo de texto por hacer) es el de enfrentarse con la página en blanco. Es como si el papel o la pantalla nos interpelaran y nos acercaran a nuestros miedos más profundos, a esos que tienen que ver con dar a conocer lo que somos a través de la palabra. Porque aunque escribamos un simple correo electrónico o una solicitud, cómo lo hagamos siempre dirá mucho de nosotros. El miedo a empezar a escribir, a estampar aquel primer signo que subyugará a la página, es un miedo común pero también fácil de resolver. Y para superarlo existe una fórmula sencilla: planificar. El temor desaparece cuando tenemos claro qué vamos a escribir en aquel espacio en blanco. Al saber qué vamos a decir, las palabras fluyen.
El proceso de escritura se compone de tres etapas: la planificación, la redacción y la revisión. Con los apuros del día a día, y debido a la cantidad de información que debemos procesar en nuestra cotidianidad, como escritores solemos olvidarnos de las etapas de planificación y de revisión, y solo nos concentramos, al apuro, en la etapa de redacción. Por eso tenemos miedo a escribir, porque pensamos que hacerlo solo consiste en dar rienda suelta a nuestros pensamientos y volcarlos sobre el papel (o la pantalla). Entonces, como no planificamos, el texto se desborda con ideas inconexas a las que al final no podemos dominar. Además, al plantearnos vagamente el tema, queremos escribir todo sobre él, sin enfocarnos en el objetivo principal que nos llevó a escribir sobre este.
Planificar consiste, sobre todo, en pensar en el texto que vamos a producir. Se trata de dar forma y orientación a nuestras ideas. Cuando empezamos a planificar el texto debemos considerar tres cuestiones: el tema, el tipo de texto y el lector ideal. Estos aspectos son fundamentales para empezar, pues, una vez que los hayamos definido, el trabajo será más fácil. En relación con el tema, también es importante que lo delimitemos. Mientras más concreto sea lo que vamos a escribir sobre él, será más sencillo continuar con la tarea de planificación. Tener claro el tipo de texto nos ayudará a orientar las ideas, pues no es lo mismo escribir un ensayo académico que una nota periodística. Y, por último, conocer a qué lector está dirigido el texto servirá para aclarar el enfoque que daremos al escrito y el tipo de lenguaje que utilizaremos.
Una vez que hayamos resuelto el tema, la tipología y el destinatario, estamos listos para escribir el esquema. Aunque parezca una tarea tediosa, escribir un esquema nos ayudará a tener claro el ‘mapa’ del texto, la ruta por seguir. Planificar qué escribiremos en la introducción, en cada uno de los párrafos de desarrollo y en las conclusiones nos sirve para delimitar mejor el tema, establecer claramente las fuentes que apoyarán nuestros argumentos y, sobre todo, eliminar aquello que no es pertinente para nuestro objetivo. Una vez que esté listo el esquema, que hayamos planificado el texto, enfrentarse con la página en blanco ya no será un asunto terrorífico, porque nosotros tendremos el poder sobre ella.
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espero que te ayudee:)