• Asignatura: Filosofía
  • Autor: franeider13
  • hace 5 años

las 4 Bases del apriorismo
¿Qué aporte le brinda el bombillo a la humanidad?

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Respuesta dada por: fabriciobeltrangomez
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포인트 감사합니다 ............

Respuesta dada por: Anónimo
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Dicen que las propiedades de la penicilina o el viagra se hallaron de casualidad. De primeras no estaban concebidas sus aportaciones a la medicina y, por ende, a la sociedad en su conjunto. Probando una cosa por aquí y otra por allá, el factor suerte ha jugado también un papel interesante a lo largo de la historia y el progreso de la innovación. La tecnología no iba a ser ajeno a este fenómeno, con lo que algunos de los «gadgets» y aparatos electrónicos que hoy nos rodean tuvieron una historia particular. Y, aunque ahora dé igual el hecho que estuvieron marcados de inicio, a punto estuvieron de o bien no salir adelante, o bien surgir de manera accidental.

El horno de microondas

En la actualidad, nadie cuestiona sus grandes aportaciones. El horno de microondas forma parte de la fauna de aparatos para la cocina de millones de personas. Cocinan y, por supuesto, descongelan y calientan alimentos que llevarse a la boca diariamente. Hay quien no podría prescindir de sus propiedades. Sus comienzos, sin embargo, no tienen nada que ver con lo idílico y la aplicación de la fórmula clásica para inventores: cubrir una necesidad.

De hecho, su idea embrionaria surgió durante la Segunda Guerra Mundial. Dos científicos descubrieron el magnetrón -un dispositivo que transforma la energía eléctrica en energía electromagnética en forma de microondas. Lo idearon para combatir la aviación alemana. Entonces, nunca pensaron que habían puesto la primera piedra de una verdadera revolución en el mundo de la cocina.

Fue descubierto en 1946 por accidente gracias al ingeniero Percy Spencer, de la Raytheon Corporation, quien estaba probando el dispositivo en una investigación relacionada con radares. Sin comerlo ni beberlo, nunca mejor dicho, se dio cuenta que una tableta de chocolate que llevaba en un bolsillo se derritió. Inaudito. Seguro que más tarde deslizó esa célebre expresión griega que se aplica a los descubrimientos, ¡eureka! No quedó ahí la cosa porque el científico se le ocurrió probar aquel dispositivo cerca a otros productos alimenticios, con su sorpresa de que se cocinaban gracias a las ondas de baja densidad.

Sus sospechas dieron resultado. Spencer lo experimentó con semillas de maíz. ¿El resultado? Lógico; aparecieron palomitas. Con un huevo sucedió lo mismo; éste se hinchó al subir la temperatura. Su gran paso fue ya crear un cubo metálico y un orificio en donde introducir la radiación del magnetrón, recuerdan desde la Organización Mundial de la Salud. Así que, de repente, había creado un invento revolucionario.

El marcapasos

Hoy en día sabemos que incluso se pueden «hackear». Algo terrible pero que nos hace intuir el mundo hiperconectado y dependiente de la tecnología hacia donde vamos. El marcapasos es la esperanza de vida de muchas personas con problemas coronarios. Se trata de un tipo de dispositivo colocado quirúrgicamente en el corazón y que se encarga de regular la frecuencia cardiaca de las personas. Lo hace mediante impulsos eléctricos.

Lo curioso es que el dispositivo también surgió de casualidad cuando John Alexander Hopps, ingeniero electricista canadiense, estaba investigando los efectos del calentamiento por radiofrecuencia sobre la hipotermia en 1941, según se puede consultar en el archivo del National Center for Biotechnology de EE.UU. Cinco décadas antes el doctor J. A. McWilliam comunicó al «British Medical Journal» sus experimentos acerca de la aplicación de un impulso eléctrico al corazón en estado asistólico que causaba una contracción ventricular.

Pero no fue hasta 1951 cuando Hopps, empleando las observaciones del cirujano cardio-torácico Wilfred Gordon Bigelow en el hospital Toronto General, desarrolló un dispositivo externo que utilizaba tecnología de tubos de vacío para suministrar estimulación cardíaca transcutanea.

La máquina de rayos X

Y qué decir de otra máquina de la que no podrían prescindir en ningún centro hospitalario. Sí, la máquina de rayos X que se emplea para «ver» el interior del cuerpo surgió cuando se investigaban el influjo de rayos catódicos. Su historia arranca con los experimentos del científico británico William Crookes, quien investigaba en el siglo XIX los efectos de ciertos gases al inducirles ciertas descargas de energía en un tubo de vacío y electrodos.

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