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Pese a los mejores esfuerzos de las firmas de auditoría y de las agencias reguladoras, las hojas de balance de las empresas siguen siendo objetos opacos y manipulables como lo ilustra el reciente y extraño caso de la empresa Olympus, fabricante japonés de cámaras fotográficas y equipo medico basado en Kyoto. En abril, el británico Michael Woodford, veterano de las operaciones europeas, se convirtió en el primer director general no japonés de la empresa, el experimento duró poco, en octubre la Junta Directiva lo despidió por no adaptarse al código de conducta de los caballeros en Japón, sin oficina, casa ni automóvil, tomó el autobús al aeropuerto. Desde el principio algo olía mal en la contabilidad de la empresa a pesar del visto bueno de KPMG y de Ernst & Young, Woodford sospechaba que alguien estaba robándose una cantidad importante de dinero, en particular le llamó la atención la compra reciente de empresas a precios inflados y el pago de exorbitantes comisiones a firmas de asesorías fantasmas. Demandó una investigación, la Junta Directiva no estuvo de acuerdo, siguió insistiendo hasta que le echaron.
Ni Woodford ni casi nadie sabían que la hoja de balance ocultaba un asunto que de revelarse pondría en riesgo a la empresa. Todo comenzó en la segunda mitad de los años 80, después del acuerdo del Hotel Plaza para devaluar el dólar contra las principales monedas del mundo, el yen se apreció sustancialmente y se disparó la burbuja financiera de Japón que colapso en 1991. La rentabilidad de Olympus, igual que la de otras empresas, cayó al reducirse el margen de ganancia de sus exportaciones; para contrarrestarlo la empresa se movió al zaiteku o la especulación financiera. Al final de este periodo el portafolio de Olympus registraba una perdida no realizada de 100 billones de yenes, 1.3 billones de dólares. Era momento de cambiar, llego una nueva dirección que enfocó con éxito a la empresa a sus actividades industriales. Pero el periodo zaiteku había dejado su legado: un portafolio de activos tóxicos o tobashi que quedó al cuidado de un pequeño grupo de empleados en el departamento de Finanzas. Al igual que otras compañías de Japón, los tobashi estuvieron en el balance de la empresa hasta fines de 1999, a partir del 2000 las autoridades obligaron a las empresas a valuar estos activos a precios de mercado. Para no reconocer pérdidas, Olympus los oculto por medio de una compleja estrategia.
Se crearon fondos de desecho en las islas Caimán y Vírgenes británicas, y en Singapur, aparentemente no relacionados con Olympus que adquirieron los tobashi a precio de libro, pero fondeados con créditos bancarios colateralizados con depósitos y bonos no tóxicos de la empresa. El LGT Bank de LGT Bank de Liechtenstein fue el principal prestamista a estos fondos aparentemente sin conocer los detalles de este esquema, tampoco se enteraron los auditores. Así de repente desaparecieron los tobashi, transfiriendo las pérdidas a los fondos de desecho transitoriamente, en algún momento habría que pagar estas pérdidas, pero se buscaba hacerlo discretamente en mejores tiempos y sin que los inversionistas se dieran cuenta. El momento fue el 2008. La estrategia fue simple, la empresa compraría varias empresas que necesitaba en su estrategia de negocios pero a precios inflados atribuyendo alto valor a sus activos intangibles o goodwill y pagando altas comisiones a supuestos asesores de inversiones. Las ganancias de estas operaciones se utilizaron para cubrir las pérdidas, liquidar los fondos y liberar el colateral de Olympus. Esto fue lo que se encontró cuando finalmente la empresa se vio obligada a revelar la información.
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