¿Cuál de las historias de Heracles te pareció la más interesante?

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Respuesta dada por: sammypossu
1

Respuesta:

Un día Zeus, el padre omnipotente de los dioses, compadecido ante los

males que atormentaban a los infortunados mortales, dijo luego de

reflexionar:

—Voy a engendrar, para ventura de los hombres y de los dioses, a un héroe

magnífico, inigualado. Él será el protector de todos frente a los peligros que

continuamente los amenazan. Su fuerza excepcional y sus heroicas virtudes

serán la salvaguardia del mundo.

Dicho esto, descendió Zeus una noche a la ciudad de Tebas. Allí, en magnífico

palacio, habitaba la reina Alcmena, que descollaba entre todas las mujeres

fértiles por la belleza de sus ojos y la nobleza de su elevada estatura. Su esposo,

el rey Anfitrión, se encontraba ausente debido a la guerra. Entonces Zeus,

para lograr acercarse a Alcmena sin despertar sospechas, tomó los rasgos del

propio Anfitrión y como tal se presentó ante el portero de palacio. Los criados,

convencidos de que veían nuevamente a su amo, acudieron a recibirlo a toda

Explicación:

prisa, lo rodearon y sin demora le allanaron el camino hacia las habitaciones de

su real esposa. Y en el abrazo de esa misma noche la reina Alcmena concibió

del soberano del Olimpo, y sin haberlo reconocido, a quien sería el poderoso

Hércules.

Pero desde el instante mismo de su nacimiento, el futuro héroe atrajo sobre

sí el odio de Hera, la esposa de Zeus. En efecto, apenas el niño hubo salido de

las entrañas de su madre, la reina de los dioses, aprovechando las tinieblas de

una noche especialmente oscura, envió al palacio de Alcmena a dos feroces

serpientes. Todo el mundo se hallaba, al igual que el niño, sumido en un

profundo sueño. Penetraron los reptiles en silencio por la puerta abierta de la

habitación y deslizaron sus formas horribles y sinuosas, a la luz del fuego de

sus propios ojos, hasta llegar al escudo que servía de cuna al divino infante. Los

dos monstruos, silbando, se disponían a clavar sus colmillos envenenados en el

rostro del niño para luego ahogarlo con sus anillos. Pero este, despertándose de

pronto, atrapó con sus manos a las dos espantosas serpientes, y con tal fuerza

apretó las gargantas henchidas de veneno, que las estranguló a ambas a la vez.

Esa fue la primera hazaña de este héroe extraordinario. Considerado hijo de

Anfitrión, crecía día a día el vástago de Zeus y de Alcmena, gracias a los cuidados

amorosos de su madre, como un hermoso árbol que se yergue saludable en

medio del huerto florido.

También Zeus, como un padre cuidadoso, velaba por él desde la cumbre del

sagrado monte Olimpo. Un día el padre de los dioses se propuso otorgarle a

este hijo el don de la inmortalidad y el vigor sin límite propio de los dioses. Para

ello tuvo la idea de obligar a una gran diosa a amamantarlo y con tal fin envió

a Hermes, mensajero del Olimpo, a buscar a la criatura. Cuando volvió con ella

el dios alado, Zeus tomó al niño y lo acercó sigilosamente a los pechos de la

propia Hera, que en aquel momento dormía. El recién nacido prendió su boca

a los blancos pechos de la diosa y mamó abundantemente. Una vez saciado, se

volvió y sonrió a su padre. Pero había sorbido y chupado con tal fuerza, que la

leche de Hera continuó fluyendo: las blancas gotas que salpicaron la superficie

del cielo dieron lugar a la Vía Láctea, y las que descendieron hasta la tierra

dieron origen a los grandes lirios.

Cuando sus años lo aconsejaron, su madre Alcmena se preocupó de

proporcionarle una educación esmerada y completa. Lino, hijo del hermoso

Apolo, le enseñó la ciencia de las letras; Eumolpo lo adiestró en el arte de

modular la voz y de cantar paseando los dedos por las cuerdas sonoras de la

armoniosa lira; Eurito, en fin, le enseñó el arte de tender hábilmente el arco

y de dar en el blanco con una flecha certera. Pero fue durante tan magnífica

educación que el poderoso Hércules, cuyo ánimo era intrépido y generoso,

pero irascible en ocasiones, se hizo por primera vez culpable de una muerte

involuntaria. Un día Lino, su maestro de letras, decidió poner a prueba la

sabiduría de su joven discípulo y lo conminó a escoger, entre un conjunto de

volúmenes, aquel libro que prefiriese. Hércules era un notable glotón desde

su nacimiento, un gran comedor —tan voraz llegaría a ser su apetito que, ya

mayor, habría de engullir sin arrugarse bueyes enteros—, y por tanto eligió sin

demora un tratado cuyo título era El perfecto cocinero. Irritado por semejante

elección, Lino criticó ácidamente la desmedida voracidad que atormentaba a su

discípulo y llegó incluso a amenazarlo, alzando su mano por lo que consideraba

una conducta grosera e indigna del futuro héroe.

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