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En el ensayo Pensando en la Posibilidad de una Ética Negativa, (Holzapfel, C. Revista de Filosofía. Vol. XLVII-XLVIII.
1996. Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad de Chile), se encuentra una breve referencia a los sofistas
griegos vinculada al problema de la fundamentación de la ética. Concretamente, en el contexto de la disputa
universalismo versus consensualismo, se señala que los sofistas serían un antecedente respecto de la segunda de
estas posturas. El ensayo no agrega más. Utilizando esa afirmación como una motivación básica, el presente trabajo
se propone recoger esa afirmación y aportar algunos antecedentes para justificarla. Si bien se ha intentado actuar
con rigor en el uso de las fuentes, está escrito a la manera de un ensayo, de modo que se asume libremente como
una reflexión abierta y por tanto sujeta a crítica y corrección.
Un poco de historia
En sus orígenes, en la antigua Grecia, el vocablo sofista se utilizó para designar a quien se mostraba experto en
alguna actividad. Podía ser la filosofía, la poesía, la música o la adivinación, pero siempre un sofista era un maestro
de sabiduría, alguien que se proponía hacer sabio a quien recibiera sus enseñanzas. Hombres célebres como los
míticos Siete Sabios fueron llamados sofistas, implicando con ello un profundo reconocimiento a su condición de
hombres de excepción.
Otros pueblos tienen santos, en cambio los griegos tienen sabios, hacía notar Nietzsche. Mucho antes de que se
popularizara la palabra filósofo, con su sentido de amor a la sabiduría, los hombres capaces de hacer grandes
contribuciones eran sencillamente sabios, sophós, y por extensión sofistas, sophistés. Todo esto sucedía todavía a
la altura de la Olimpíada 80 (mitad del siglo V). Lo que viene después es diferente: Llegan a Atenas hombres como
Protágoras de Abdera, Gorgias de Leontini, Pródico de Ceos, Hipias de Elis o Trasímaco de Calcedonia, a los que
habría que sumar el nombre del ateniense Antifón. Todos ellos se atribuyen el calificativo genérico de sofistas y son
reconocidos por desarrollar una influyente actividad intelectual. Luego, en virtud principalmente de la intervención
de Sócrates, quien vivió contemporáneamente, y Platón, quien sin conocerlos personalmente recoge esta
experiencia en sus diálogos, el nombre sofista pasa a formar parte de la controversia y termina siendo una
categoría infamante. Una buena palabra se fue transformando gradualmente hasta llegar a ser una expresión
vergonzante e indeseable. Un término de censura según la expresión de Jenofonte.
En distintos diálogos de Platón, se califica duramente a los sofistas. En el Protágoras, por ejemplo, Sócrates
aconseja a su amigo diciéndole: "Vas a poner tu alma en manos de un sofista, y apostaré a que no sabes lo qué es
un sofista" (311 c). Agregando luego: "¿No adviertes, Hipócrates, que el sofista es un mercader de todas las cosas
de que se alimenta el alma?" (312 a). En un diálogo posterior, El Sofista, se agrega una singular lista de
descalificaciones: Cazadores interesados de jóvenes ricos, mercaderes en asuntos referentes al alma, fabricantes y
vendedores al detalle de conocimientos, atletas que compiten con la palabra y se muestran hábiles en el arte de la
disputa (231 d).
Platón reprocha a los sofistas básicamente el hecho de que sólo enseñan medios para alcanzar un fin, sin reparar
en las exigencias de la moral. Los acusa de ofrecer, según conveniencia, el triunfo para el razonamiento débil por
sobre el más fuerte, de hacer prevalecer la apariencia por sobre la realidad. Los reduce a la condición de simples
artesanos de la persuasión, completamente fuera de los dominios de la ética.
Aportando otro capítulo en esta historia, algún tiempo después, Aristóteles define a la sofística como un arte de la
apariencia, completamente ajena a la verdadera sabiduría, y al sofista como aquel que comercia con una sabiduría