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Explicación:
El bendito llamamiento de Dios, mediante el Evangelio tiene una finalidad gloriosa. En mi opinión, una de las mejores explicaciones de 2 Tesalonicenses 2:14 la proporciona el erudito Samuel Perez Millos. Les comparto acá su comentario:
«El vehículo del mensaje de la fe es el evangelio. Este mensaje es poder de Dios para salvación (Ro. 1:16, 17). El llamamiento de Dios a la salvación se produce por la predicación del evangelio (2 Co. 5:20). El evangelio no es un sistema filosófico o religioso, sino la manifestación de la fuerza divina para salvación. Porque se trata de un mensaje procedente de Dios mismo es eficaz, es decir, Dios mismo habla en el mensaje, por tanto, tiene poder para salvar. El evangelio es poder de Dios, en la medida en que es también la “palabra de la Cruz” (1 Co. 1:18), que no es otra cosa que la proclamación del Crucificado como expresión suprema del poder y de la sabiduría de Dios (1 Co. 1:24), que opera la salvación de todo aquel que cree (1 Co. 1:28, 31). Es un mensaje que proclama la obra de Cristo como único medio de salvación. Esa salvación procede y es únicamente de Dios (Sal. 3:8; Jon. 2:9). En Él nace el propósito y la eterna determinación de salvar (2 Ti. 1:9). Es también de Él la ejecución en el tiempo que había determinado (Gá. 4:4). Así de Él procede el llamado a salvación (Ro. 8:30). Es de Dios la garantía de la eterna seguridad de salvación para todo aquel que cree (Ro. 8:32–39). Es en el evangelio que se revela la fuerza divina que salva al pecador. Por esa causa aunque la palabra de la Cruz es locura a los que se están perdiendo, es potencia de Dios para quienes se salvan (1 Co. 1:18). El evangelio es la fuerza creadora de Dios, que resucita a los muertos y llama a ser a quienes no son (Ro. 4:17). Es el mensaje que anuncia a Quien es en sí mismo “espíritu vivificante”, que puede y comunica vida eterna al creyente (1 Co. 15:45). Es un mensaje que manifiesta la esperanza que está guardada en los cielos (Col. 1:5). El evangelio no llegaba a las gentes en palabras, sino rodeado del poder del Espíritu Santo (1 Ts. 1:5). Además, el poder del evangelio tiene un propósito determinado: “para salvación”. No es un poder reformador, sino un poder salvador.