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No hay una incompatibilidad entre monarquía y calidad democrática. De hecho, algunos países monárquicos, como Noruega, Suecia y Dinamarca, están entre los más democráticos del mundo. En ellos no sólo no se reniega de la monarquía, sino que es una institución que funciona muy bien", explica Fernando Vallespin, politólogo de la Universidad Autónoma de Madrid, en diálogo con Infobae.
"De todos modos, tampoco es que la monarquía sea condición de posibilidad para la calidad democrática. Finlandia, por ejemplo, está entre los mejor posicionados y es una república"Este marco simbólico de contención y representación que brindan permitió a muchas naciones con profundas diferencias internas permanecer unidas y desarrollar un proyecto común en el tiempo.
La monarquía ayudó así a los países europeos a evitar crisis políticas e institucionales, y a unirse en un proyecto común de nación. Al ser una institución que permanece en el tiempo, da certidumbre al devenir del Estado, que se mantiene consolidado a pesar de que cambien los gobiernos.
A su vez, que haya una figura que, al menos simbólicamente, está en un lugar superior por ser el depositario de la tradición, funciona como un freno a los gobiernos deseosos de acumular poder sin límite.
La principal diferencia radica en que en el siglo XVII la monarquía tenía el poder absoluto, eran la máxima autoridad, en cambio, ahora son más una figura simbólica que otra cosa en la mayoría de los casos.
"De todos modos, tampoco es que la monarquía sea condición de posibilidad para la calidad democrática. Finlandia, por ejemplo, está entre los mejor posicionados y es una república"Este marco simbólico de contención y representación que brindan permitió a muchas naciones con profundas diferencias internas permanecer unidas y desarrollar un proyecto común en el tiempo.
La monarquía ayudó así a los países europeos a evitar crisis políticas e institucionales, y a unirse en un proyecto común de nación. Al ser una institución que permanece en el tiempo, da certidumbre al devenir del Estado, que se mantiene consolidado a pesar de que cambien los gobiernos.
A su vez, que haya una figura que, al menos simbólicamente, está en un lugar superior por ser el depositario de la tradición, funciona como un freno a los gobiernos deseosos de acumular poder sin límite.
La principal diferencia radica en que en el siglo XVII la monarquía tenía el poder absoluto, eran la máxima autoridad, en cambio, ahora son más una figura simbólica que otra cosa en la mayoría de los casos.
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