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Médico: El paciente se queja de dolor de espalda y sudores nocturnos, los análisis son normales, la resonancia muestra un neurofibrosarcoma schwannoma intracraneal maligno con síndrome de compresión nerviosa y erosión ósea. Va desde la L2 a la L5, pediré una biopsia para confirmarlo. ¿Preguntas?
Paciente: Perdón, es que me he perdido. ¿Me está diciendo que me ocurre algo malo?
Médico: Sí, bueno… Si observa su resonancia, verá este objeto tipo cefalópodo que se extiende por su espina dorsal: es un neurofibrosarcoma schwannoma masivo.
Paciente: A ver, lo siento es que no . . .
Médico: Es un tumor maligno.
Paciente: ¿Un tumor?
Médico: Sí.
Paciente: ¿Yo?
Médico: Sí.
Paciente: Eso no tiene sentido doctor, yo no fumo, no bebo incluso, “reciclo”.
Médico: El caso es que su caso es fascinante, porque su cáncer es . . .
Paciente: A partir de escuchar la palabra “cáncer”, el paciente se abstrae completamente de la conversación, todo lo que pasa a su alrededor no es más que un zumbido en su cabeza, y ve sus recuerdos pasar muy rápidamente.
Esto que habéis leído hasta ahora, a muchas de vosotras es posible que os resulte familiar. Y no porque lo hayáis sentido en vosotras mismas (aunque posiblemente seguro que os sentís identificadas, como es mi caso). Este diálogo entre un médico y un paciente lo he extraído de una película llamada 50/50 (50/50, 2011; dirigida por Jonathan Levine), la cual os recomiendo, ya que es, bajo mi criterio, lo más real que he visto en cine en cuanto al tratamiento del cáncer se refiere.
Este diálogo refleja perfectamente lo que nos ocurre a muchos de nosotros cuando estamos delante del médico. Llega un punto de esa conversación en el cual dejamos de escuchar, o lo que es peor, dejamos de entender lo que nos están diciendo.
Nosotros, como pacientes, pedimos a los médicos que nos traten como personas, que nos miren a los ojos cuando nos hablan y, por supuesto, que nos hablen con un lenguaje entendible para nosotros, ya que no tenemos por qué saber que es un PET-TAC o algo tan “común” para ellos como es un reservorio.
Debemos tener en cuenta que los profesionales que tenemos enfrente, en la gran mayoría de los casos, no han sido formados en técnicas de comunicación, y que dependen muy mucho de sus habilidades personales a la hora de comunicarse con nosotros.
Afortunadamente, esto está cambiando, y los estudiantes de medicina ya tienen una asignatura basada en la comunicación.
Tratemos de hacer esta relación más cercana, y exijamos a nuestro médico que nos explique las veces que sean necesarias lo que no hemos entendido. Él también debe comprender que nuestra enfermedad nos preocupa y nos angustia; y que para nosotros, nuestra enfermedad es la más importante.
Debemos pedir a los médicos que traten al paciente en su totalidad y no se centren tan solo en la enfermedad. Antes que pacientes somos personas, y no está de más recordarlo y recordárselo.
Bajo mi punto de vista, y creo que en esto más de una de vosotras me dará la razón, para ser un buen médico hace falta algo más que tener grandes conocimientos de medicina; además, debe ser buen comunicador y, si es posible, “buena persona”.
Como escribía Elisabeth Kübler Ross: «El mejor servicio que un médico puede prestar a un enfermo es ser una persona amable, atenta, cariñosa y sensible».
Llegados a este punto creo que todos tenemos claro que la relación médico-paciente es una relación “natural”, y que estamos condenados a entendernos ya que, por suerte o por desgracia, vamos a pasar un buen tiempo juntos.
Y acabo como empecé, hablando de otra gran película que refleja muy bien la relación médico-paciente. En este caso se llama “El doctor” (The Doctor, 1991. Dirigida por Randa Haines)
La película se centra en la figura del doctor Mac Kee, prestigioso cirujano que pasa de ser (al ser diagnosticado de una grave enfermedad) un cirujano soberbio que apenas le da importancia al cuidado del paciente y no se preocupa en tratarlo como una persona, a ser un paciente más dentro de un sistema sanitario que él mismo ha creado, y en el cual no tiene en cuenta un gran factor en la curación de sus pacientes: la “persona” en su totalidad.
Esto le hace ver las cosas desde un punto de vista diferente, desde el punto de vista del paciente, y hace que cambie gran cantidad de pensamientos.
Se da cuenta de que el sistema no es tan eficaz como él creía y que debe modificar muchas cosas. En este proceso de cambio destaca la figura de June, paciente que le hace ver las cosas desde un punto de vista más humano. Me parece extraordinaria la frase del doctor Mac Kee, al final de la película, cuando dice: “aprendamos que los pacientes tienen nombre y nos confían sus vidas para ayudarles a seguir adelante”.
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