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Cuando la política naufraga por causa de la ineptitud de los que hemos elegido democráticamente, por la irresponsabilidad de los dirigentes o porque los asuntos que tienen que abordar los sobrepasan, la sociedad civil apela a la ética como una fórmula para resolver lo que el político ha llevado al desastre.
Desde hace tiempo se nos anima a iniciar “una transición a la ética”. Adela Cortina manifiesta que deberíamos completar la transición política formal que se inició hace décadas, y estimo que es un momento para sumarnos a iniciativas que regeneren la vida política, porque la política todavía importa, como nos dice Runciman.
Si analizamos en el pensamiento de Rousseau, se esboza un ideal para el “estado social”, coincidente con el ideal político que anhelaba, y mejorar la política significa hacer las cosas mejor, por eso queremos “un mejor gobierno”, tener capacidad para invertir en valores, devolver, o hacer resurgir el prestigio de las instituciones, impulsar la transparencia como objetivo alcanzable, que la ética sea la base de un sistema de integridad que tenga su presencia en la vida política, y que sus gestores la hagan vida propia en los procesos del gobierno de las Administraciones Públicas.