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Francia tiene su propia vía para salir de la crisis. Ha puesto en marcha su programa de ajustes y reformas, pero, pese a las continuas advertencias de Bruselas y Berlín, rechaza rebajar su déficit al ritmo comprometido y evita que los recortes afecten con profundidad a su mimado modelo social. A diferencia de otros países europeos, Francia no prevé una reforma laboral, ni rebajas salariales, ni facilidades para los despidos, ni una profunda revisión de las pensiones, ni reducciones en los subsidios de paro o el salario mínimo. Nada que frene aún más el crecimiento, argumenta París. Es la vía francesa, la del ajuste medido, limitado, sin austeridad.
“Reformar no es romper nuestro modelo social, sino reafirmar nuestras prioridades rechazando la austeridad”, resume el primer ministro, el socialista Manuel Valls. Rigor sí, puntualiza el ministro de Finanzas, Michel Sapin, pero siempre que no frene el crecimiento. “Es incontestable que Francia opta por un modelo propio en comparación con España, por ejemplo”, comenta a este periódico Guy Groux, profesor e investigador de Sciences Po.
“Nuestro modelo ha resistido mejor que el resto”, declara por teléfono Catherine Mathieu, investigadora del departamento de Análisis y Prevención del Observatorio Francés de Coyunturas Económicas (OFCE). “Y ese modelo seguirá siendo diferente. El problema es el crecimiento. Cuando repunte, se solucionará también el déficit y la deuda. Ese es el camino francés, no el que ha hecho España o Grecia”, añade.
Francia sigue siendo la quinta potencia mundial, la segunda de la zona euro y, hasta hoy, en efecto, ha superado la crisis con menos heridas que la mayoría de vecinos. Pero los cimientos se tambalean. Los problemas de Francia son la ausencia de crecimiento, el desempleo y la pérdida de competitividad de sus empresas. Hay consenso en esa trilogía. No en la valoración de la situación.
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