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“Nicolás Maquiavelo (1469-1527) no necesita demasiada presentación. Funcionario diplomático, escritor de tratados políticos pero también de obras literarias y teatrales, fue una de las figuras centrales del Renacimiento y de la Modernidad[1]. A menudo se utiliza el epíteto “maquiavélico” para calificar negativamente acciones, personas, movimientos y procesos políticos. El eco de su nombre hace referencia a inmoralidad, cinismo, indecencia, corrupción. Padre de la ciencia política moderna, su pensamiento modificó radicalmente las categorías, teorizaciones y modos de reflexionar sobre la política. Maquiavelo representa, sin duda, un quiebre con la tradición medieval que lo precedió e influyó decisivamente en el trayecto que lo sucedió (Hobbes, Spinoza, Locke, Rousseau, Hegel). En su obra más importante, El Príncipe (1513), se preocupó intensamente por cómo el gobernante puede alcanzar el honor, el éxito y la gloria. En otras palabras: cómo ser virtuoso políticamente. En este marco, dos conceptos ocupan un lugar fundamental: la fortuna y la virtud. El objetivo del presente artículo es reconstruir el vínculo entre ambos tal como está expuesto en El Príncipe, para lo cual es necesario observar los antecedentes de los que echó mano para edificar sus hipótesis.”.