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El marxismo parte de la idea de que la «violencia es la partera de toda vieja sociedad que lleva en sus entrañas una nueva», que el Estado en última instancia está formado por cuerpos de hombres armados que son un instrumento de la clase dominante para la opresión de otras clases. Nunca en ningún momento hemos negado que la clase obrera, cuando se propone transformar la sociedad inevitablemente se encontrará con la resistencia de las clases poseedoras o que esta resistencia en determinadas condiciones pueda desembocar en una guerra civil.
Sin la ayuda de los reformistas, estalinistas y los dirigentes sindicales, no sería posible mantener durante mucho tiempo el sistema capitalista. Esta es una idea importante en la que hemos insistido continuamente. Los dirigentes de los sindicatos y partidos reformistas en todos los países tienen en sus manos un poder colosal, mucho mayor que en cualquier otro momento de la historia. En el transcurso del siglo que acaba de terminar, la revolución socialista se podría haber realizado en muchas ocasiones. Y si, aparte de la revolución de 1917 contra el imperio zarista, la clase obrera no ha conseguido triunfar en ninguna otra parte ni controlar el poder durante mucho tiempo, la explicación no se encuentra en el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas ni en la correlación de fuerzas resultante entre las clases en contienda, sino esencialmente en la bancarrota política de la dirección de las organizaciones obreras.
La revolución socialista se ha retrasado debido a la degeneración reformista de la dirección de la clase obrera. Pero eso ha significado que la base material para la futura sociedad socialista que la clase obrera heredará del capitalismo una vez en el poder, estará a un nivel incomparablemente superior al que heredaron los bolcheviques del zarismo en 1917, o que el habrían heredado los trabajadores británicos, franceses o alemanas si hubiesen conseguido tomar el poder en los años veinte y treinta.
Junto con el desarrollo de los medios de producción se ha producido un profundo declive de la propiedad a pequeña escala. En segundo lugar, como regla general, se puede decir que cuanto más fuerte sea el partido revolucionario, mayor su éxito a la hora de aglutinar a la clase obrera alrededor de su programa y ganar la simpatía de la base de las fuerzas armadas, por tanto, más rápido superará la resistencia de la clase dominante y habrá menos violencia y pérdida de vidas.
Sería totalmente posible la transformación pacífica de la sociedad si los dirigentes sindicales y reformistas estuvieran dispuestos a utilizar el poder colosal que tienen en sus manos para cambiar la sociedad. Si los dirigentes obreros no hacen eso, entonces podrían correr ríos de sangre y sería total responsabilidad de los dirigentes reformistas.
En realidad, como veremos, en el transcurso de las últimas siete décadas, los trabajadores podrían haber tomado en muchas ocasiones el poder en Francia, Italia, España, Gran Bretaña y Alemania si hubiera existido un partido revolucionario capaz de llevar a cabo esta tarea. Se han perdido muchas oportunidades revolucionarias debido a las traiciones del reformismo y el estalinismo. La clase obrera pagó con sangre estos crímenes de la dirección.