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La velocidad no se siente. El planeta, con todos sus mares, continentes, montañas, ciudades, navega silenciosamente por el espacio, alrededor del Sol, a una velocidad de 30 mil metros cada segundo. Aún resulta difícil percibir que gira sobre su eje de oeste a este. Si colocásemos nuestro rostro hacia oriente, iríamos al encuentro del astro.
Hace poco más de medio siglo, el buen aficionado, juez o comunicador, se colocaba cerca de la línea de meta con el fin de ser testigo ocular de los acontecimientos deportivos en atletismo o natación. Testigo ocular con mayor precisión objetiva, aunque en realidad esta objetividad era más bien de carácter subjetivo, pues el ojo humano no discierne en rangos menores a un tercio de segundo. En la actualidad depositamos la confianza en los sistemas de cronometraje y medición electrónica.
En natación, el cronometraje electrónico se incorporó tras la polémica final de los 100 m nado libre en Roma entre el australiano John Devitt y el estadunidense Lance Larson, oro y plata, ambos con 55.2, uno tocó por arriba y otro por debajo la superficie del agua. En los JO de Beijing se produjo una ardiente polémica en la final de los 100 m de mariposa entre Phelps (50.58) y el serbio Milorad Čavić (50.59); 1/100 de segundo de diferencia que el ojo humano no puede apreciar.
La tecnología avanza a pasos asombrosos. 1/100 es un rango de importancia en la ruptura de un récord mundial; 1/10 de segundo es un convencionalismo que la IAAF se sacó de la manga para descalificar a los atletas.
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