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A menudo las circunstancias propician que la vida sexual de una persona entre en pausa. El motivo para ello puede ser en el fin de una relación, ya sea por divorcio, separación o viudez. También podría ocurrir que alguno de los integrantes de la pareja enfrente una enfermedad que le impida o dificulte tener sexo durante un periodo prolongado. Asimismo, a veces el trabajo o los estudios de uno u otro obligan a los amantes a estar separados durante semanas o meses. Más allá de las razones, está la consecuencia: hay que suspender la intimidad, y dar inicio -voluntaria o involuntariamente- a una etapa de abstinencia.
A menudo quienes atraviesan una situación así, no la reflexionan en el momento. Pero lo normal es que después empiecen a cuestionarse si serán capaces de retomar su actividad erótica sin consecuencias.
ÓRGANO QUE NO SE USA ¿SE ATROFIA?
En definitiva los cambios en la dinámica del erotismo pueden pasar factura, sobre todo en lo referente a la seguridad y el aplomo que cada uno tiene en la cama.
Quienes suspenden su vida erótica, por el motivo que sea, pueden experimentar una dificultad para restablecer su actividad coital. La consecuencia psicofísica más común es la percepción de incapacidad para disfrutar el acto sexual y considerar la reanudación sexual como un periodo de prueba donde hay que mostrar al compañero la capacidad de dar y recibir placer. Sus temores a no hacer un buen papel en la cama terminan por inmovilizarlos. Esta conducta tiene un origen emocional, por la creencia en que no darán la medida que se espera de ellos. Con este peso sobre la espalda ningún amante gozará libremente la expresión de la sexualidad