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Respuesta:
Explicación:Cuando dejé aquel mar, una ola se adelantó entre todas. Era esbelta y ligera. A pesar
de los gritos de las otras, que la detenían por el vestido flotante, se colgó de mi brazo
y se fue conmigo saltando. No quise decirle nada, porque me daba pena avergonzarla
ante sus compañeras. Además, las miradas coléricas de las mayores me paralizaron.
Cuando llegamos al pueblo, le expliqué que no podía ser, que la vida en la ciudad no
era lo que ella pensaba en su ingenuidad de ola que nunca ha salido del mar. Me miró
seria: "Su decisión estaba tomada. No podía volver." Intenté dulzura, dureza, ironía.
Ella lloró, gritó, acarició, amenazó. Tuve que pedirle perdón. Al día siguiente
empezaron mis penas. Cómo subir al tren sin que nos vieran el conductor, los
pasajeros, la policía? Es cierto que los reglamentos no dicen nada respecto al
transporte de olas en los ferrocarriles, pero esa misma reserva era un indicio de la
severidad con que se juzgaría nuestro acto.
Tras de mucho cavilar me presente en la estación una hora antes de la salida, ocupé
mi asiento y, cuando nadie me veía, vacié el depósito de agua para los pasajeros;
luego, cuidadosamente, vertí en él a mi amiga.